El mundo moderno casi ha vuelto
regla la necesidad de las relaciones codependientes. A la mayoría le resulta
difícil vivir por sí y para sí. Estar consigo mismo es tan terrible como verse
en el espejo tal cual uno es, pero la soledad no es tan mala después de todo.
Te permite escuchar lo que tienes qué decir sobre ti.
Hay
quien piensa que la soledad es un estado de autocompasión, una condena para
quien nunca encontró su “otra mitad”. Si lo analizamos bien, se reproduce este
esquema de relaciones codependientes al creer que uno es esencia incompleta que
requiere de alguien / algo más. El escenario cambia cuando comenzamos a creer
que somos esencia completa, con voluntad y existencia propias que no requiere
de alguien / algo más para vivir.
Hasta
este punto mis lectores se habrán formado una idea de mí como una Ofelia que
huye de las relaciones sociales para buscar su soledad. En parte es cierto. La
soledad me permite estar con mis pensamientos y mi locura, con la posibilidad
de escuchar mi propia voz. Pero existe otra parte de mí que ha formado vínculos
con el mundo a través de las personas.
Hay
sentimientos que no podría entender si no es en la interacción con la sociedad.
Puedo experimentar la felicidad sin necesidad de estos vínculos sociales, pero hay
otros sentimiento o emociones que requieren un factor externo, como el amor, la
ira, la lujuria, los celos, el rencor.
Esta
esencia que me configura también es mutable y reacciona según la interacción
con otras esencias. Hay quienes despiertan afinidad y otros más nos generan
repulsión. Pero es en la soledad que podemos analizar estos vínculos, estas
reacciones que nos generan los demás, porque tomamos distancia y tenemos un
escenario distinto para estudiar cada caso.
Uno
aspiraría a guardar relación únicamente con quienes nos despiertan afinidad o
simpatía, pero la sociedad es tan compleja que no es posible evitar ese otro
tipo de relaciones que nos generan malestar o repulsión.
Por
eso mis relaciones son tan básicas, tan primitivas, limitadas a un vínculo que
despierte emociones o sentimientos primarios de los cuales derivan los demás en
una gama muy extensa y compleja, llena de matices que podemos experimentar o no
mientras estemos con vida.
He
podido tejer una urdimbre artesanal a través de mis vínculos con otras
personas. Hay puntos sueltos y otros más que son producto de la fantasía y
crean bellos entramados que decoran una vida. Pero yo tejo esa urdimbre. Yo
decido qué puntada es digna de ser plasmada en el telar de mi vida.
La
soledad es el reverso del tejido, una perspectiva que me permite analizar cada
puntada en esto que he llamado vida. Mi condena es como la maldición de Penélope:
hacer y deshacer un tejido el tiempo necesario para prolongar un deseo. En mi
caso, deseo prolongar la existencia el tiempo suficiente para encontrar una
respuesta a esta vida.
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