Una vez corrió el caudal aquí
dentro, debajo de los nervios que me cubren. Tierra fértil cargada de semillas
dispuestas a crear en cada ciclo de cultivo. Pero nunca llegó a germinar este
granero. En algún punto la tierra se tornó color de barro, colorada, árida,
resquebrajada a la primera gota de lluvia.
Ya
perdí la cuenta de los años transcurridos, pero esta memoria ha sobrevivido al
alcohol que me penetra los sentidos. Sobrevivió a las lagunas mentales donde se
oculta gran parte de mi vida y mi existencia. Antes presa cargada de
experiencias, hoy no soy más que un nombre sin rostro.
Me
dediqué a creer y a dejar de creer, a preguntarme por las cosas del día a día,
a poner en duda la cotidianidad (de la taza de café ya frío, de la pata de la
mesa, de la aspereza de la alfombra y la luz de la mañana filtrándose entre las
cortinas de la ventana).
Este
río de palabras en un tiempo se tornó densos caudales narrativos, adjetivados
(hay que reconocerlo), porque nunca aprendí a describir únicamente con
sustantivos. Letra fértil, alguna vez creadora, con frecuencia trastabillando
en cada sílaba, pero hoy el río esta seco.
¿Qué
ha faltado a estos ojos color de nube que solo miran las mesas del bar en su
claroscuro?, ¿qué ha faltado en este corazón de nube, en un tiempo cargado de
palabras vaciadas en tormenta?, ¿qué ha faltado en esta angustia de la mente que
ahoga las memorias en alcohol para prenderles fuego cuando suceda lo que ha de
suceder?
No
tengo palabras para responder. Vivo una sequía intermitente que se manifiesta
en palabras áridas, resquebrajadas, nada fértiles para crear nuevos escenarios
donde pueda germinar esta memoria obtusa. Y, sin embargo, existo a pesar del
silencio de mis palabras, existo en la ignominia y el menoscabo de “ser” más
allá de lo que pueda proyectar.
Mis
brazos se han vuelto sendos surcos donde podría entrar el mundo entero y, no
obstante, esta vida se quedó sin semillas (ni una sola) para un nuevo ciclo de
cultivo. Esta existencia es un eco de sequía donde nada ni nadie puede crear
más allá de mi silencio.
He
renunciado a cosas inimaginables, cosas que aún no he podido explicar ni
describir porque este río quizá no vuelva a albergar las palabras que corrían
en el caudal de mi existencia. No me preocupa. Al final de todo, del tiempo y
los latidos, de esta madeja empapada en el alcohol de mis historias, al final
de todo mi propio nombre se volverá silencio.
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