El mundo moderno tiene diversos
modelos educativos cuya finalidad depende de la visión de cada gobierno y sus
intereses. No podríamos decir que unos son más efectivos que otros porque cada
uno responde a circunstancias y contextos específicos.
En
general la mayoría fomenta el desarrollo de competencias para sobrevivir en un
sistema económico, anteponiendo siempre lo que cada individuo puede aportar
para el desarrollo de su país (entiéndase por lo regular fuerza de trabajo y
generación de capital).
Hay
modelos educativos que invitan a ser más analíticos, atienden a la lógica, a la
experimentación, a la innovación, a la creatividad, procurando que el individuo
se cuestione sobre su entorno y aporte soluciones o mejoras. Pero es un sistema
que le apuesta a liderar los mercados en las diferentes ramas de la economía.
En
cambio, otros modelos se enfocan en que el individuo memorice esquemas sin
incentivar la capacidad de razonamiento. No les interesa que la persona piense
por sí misma, sino que aprenda habilidades de forma mecánica para tener fuerza
de trabajo que siga produciendo.
Hablo
de estos dos modelos educativos porque son ejemplos más tangibles de lo que
ocurre con las personas en la vida cotidiana. Desde la infancia hay quienes se
encargan de dar forma a nuestro pensamiento y la capacidad de razonamiento para
que atienda a circunstancias específicas, pero pocas veces se vincula este
proceso con las lecciones que nos da la vida.
Los
hay quienes analizan sus problemas y plantean soluciones ante diversos
escenarios, pero en ese grupo se encuentran algunos que analizan demasiado y
mientras más buscan, más problemas encuentran, en una cadena de conflictos que
parece no terminar.
Los
hay quienes no se cuestionan por sus problemas y las posibilidades para darles
solución. Aprendieron a generalizar y mecanizar sus respuestas ante un
conflicto, acostumbrados a un modelo de producción en masa con la idea de que
“así son las cosas”. Cuidado si este modelo se combina con una doctrina que se
sujeta al destino como algo ya determinado por un ente superior.
Yo
me ubicaría más en el primer grupo, aunque mi mente no ofrece soluciones.
Mientras más busco, más preguntas surgen ante una circunstancia y puedo seguir
cavando hasta llegar al centro de la tierra sin preocuparme por hallar una
respuesta.
Las
lecciones de vida a menudo te golpean en el rostro para que te des cuenta de tu
circunstancia y reacciones. Pero yo vivo en el alcohol y por muchos golpes de
la vida, las lecciones se acumulan en un espacio adverso. ¿Qué aprender de una
vida de renuncia? El valor del silencio, quizá.
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