4 de abril de 2019

93. La lección


El mundo moderno tiene diversos modelos educativos cuya finalidad depende de la visión de cada gobierno y sus intereses. No podríamos decir que unos son más efectivos que otros porque cada uno responde a circunstancias y contextos específicos.

         En general la mayoría fomenta el desarrollo de competencias para sobrevivir en un sistema económico, anteponiendo siempre lo que cada individuo puede aportar para el desarrollo de su país (entiéndase por lo regular fuerza de trabajo y generación de capital).
         Hay modelos educativos que invitan a ser más analíticos, atienden a la lógica, a la experimentación, a la innovación, a la creatividad, procurando que el individuo se cuestione sobre su entorno y aporte soluciones o mejoras. Pero es un sistema que le apuesta a liderar los mercados en las diferentes ramas de la economía.
         En cambio, otros modelos se enfocan en que el individuo memorice esquemas sin incentivar la capacidad de razonamiento. No les interesa que la persona piense por sí misma, sino que aprenda habilidades de forma mecánica para tener fuerza de trabajo que siga produciendo.
         Hablo de estos dos modelos educativos porque son ejemplos más tangibles de lo que ocurre con las personas en la vida cotidiana. Desde la infancia hay quienes se encargan de dar forma a nuestro pensamiento y la capacidad de razonamiento para que atienda a circunstancias específicas, pero pocas veces se vincula este proceso con las lecciones que nos da la vida.
         Los hay quienes analizan sus problemas y plantean soluciones ante diversos escenarios, pero en ese grupo se encuentran algunos que analizan demasiado y mientras más buscan, más problemas encuentran, en una cadena de conflictos que parece no terminar.
         Los hay quienes no se cuestionan por sus problemas y las posibilidades para darles solución. Aprendieron a generalizar y mecanizar sus respuestas ante un conflicto, acostumbrados a un modelo de producción en masa con la idea de que “así son las cosas”. Cuidado si este modelo se combina con una doctrina que se sujeta al destino como algo ya determinado por un ente superior.
         Yo me ubicaría más en el primer grupo, aunque mi mente no ofrece soluciones. Mientras más busco, más preguntas surgen ante una circunstancia y puedo seguir cavando hasta llegar al centro de la tierra sin preocuparme por hallar una respuesta.
         Las lecciones de vida a menudo te golpean en el rostro para que te des cuenta de tu circunstancia y reacciones. Pero yo vivo en el alcohol y por muchos golpes de la vida, las lecciones se acumulan en un espacio adverso. ¿Qué aprender de una vida de renuncia? El valor del silencio, quizá.

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