De por sí la vida pesa para
quienes no soportan la existencia, hay una fuerza que hace aún más pesada esa
vida y jala no solo este espacio físico al que llamo recipiente, sino también
este espíritu que contiene: la gravedad.
A
quién más culparíamos de este deterioro del cuerpo si no es a la fuerza de
gravedad, la responsable de que este busto que con el tiempo madura y en su
madurez también se va secando y cae, se escurre como pellejo, como calcetines
llenos de frijoles que pesan cada día más.
Esa
caída solo es un indicio de que el tiempo pasa, ese tiempo tan cruel que nada
lo perdona, pero nadie reclama porque todo lo cura. En la fuerza de gravedad hay
algo que inquieta porque, habitantes de este mundo, creemos que tira con fuerza
hacia abajo cuando abajo puede ser arriba en un universo aún no descubierto en
su totalidad.
Y
sin embargo la gravedad tira del cuerpo, jala con fuerza de estos pechos y hace
que la piel se adelgace y se derrame para colgar como un traje demasiado usado,
viejo, deteriorado, a punto de ser desechado porque ya no sirve al propósito
para el que fue creado.
La
gravedad también jala del cabello y nos vamos quedando calvos, la sonrisa y la
mirada, por muy alegres y efusivas que aparenten ser, se convierten en
expresiones faciales más siniestras, un tanto tristes, porque las líneas de
expresión indican lo contrario y jalan hacia eso que llamamos “abajo” para
modificar lo que el tiempo no deja reconocer.
Se
cae el busto, se caen nuestros cabellos, se cae el rostro y se derrama en
líneas que pierden conexión, se caen las nalgas y cuelga la piel como pellejo
viejo, inútil en su intento de crear nuevas formas porque el tiempo es cruel y
más vida no permite. Y sin embargo resistimos a esa gravedad.
La
vida pesa y estremece por esa fuerza de gravedad. Y cada molécula que va tejida
en nuestro cuerpo, cada célula tiene una masa que se arrastra con la fuerza de
gravedad. Jala tanto que incluso los pensamientos y las emociones pesan,
especialmente las experiencias que nos resultan adversas, mientras que esos
instantes que podemos llamar “felicidad” parecen alejarnos de esa fuerza de gravedad.
Aquí
dentro lo eterno pesa tanto que cada día reniego de mi existencia, de mi vida
condenada a luchar contra la fuerza de gravedad. Quizá por eso se ha dicho que
a la muerte uno tendrá reposo, una especie de paz que se prolonga por tiempo
indefinido, pero a menudo dudo de esa afirmación.
La
vida pesa y el espíritu que da existencia a esta conciencia. La fuerza de
gravedad es la cadena que nos amarra a la esclavitud de la finitud. Por eso la
muerte es una especie de liberación. Mi silencio es la última frontera.
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