La Organización de las Naciones
Unidas y otros organismos internacionales, como la Organización Internacional
del Trabajo, han tratado de impulsar garantías laborales para las personas, al
considerar que el derecho al trabajo permite el acceso a otros derechos
humanos. Pero hablar del trabajo va mucho más allá de una mera plaza laboral.
Históricamente
ha habido muchas luchas para ganar derechos en torno al trabajo: una jornada
laboral de 8 horas en promedio (algunos países la han reducido a seis e incluso
en algunas naciones se redujo el número de días a trabajar), los periodos de
descanso, el derecho a huelga, a formar sindicatos y otras formas de
organización laboral, condiciones de higiene y seguridad laboral, mayores
salarios y prestaciones, por mencionar solo unos ejemplos de lo que implica el
trabajo.
He
puesto a la reflexión una circunstancia que se vive sobre todo en los tiempos
modernos: normalmente se consideran 8 horas de sueño o reposo para el cuerpo al
día, 8 horas laborales y en teoría 8 horas para las actividades propias de cada
persona.
Sin
embargo, no estamos considerando los tiempos de traslado a los centros de
trabajo, las horas extra trabajadas (dentro y fuera de la oficina), el trabajo
doméstico que realiza cada persona en su hogar (independientemente de la brecha
de desigualdad que aún marca una diferencia entre hombres y mujeres), los
periodos de alimentación (consideremos al menos media hora para cada comida).
Al final nos quedan quizá dos horas para la vida propia al día.
Si
a ello le sumamos la circunstancia que vive casi la mitad de las familias
respecto al bajo ingreso percibido en comparación con la cantidad de horas
trabajadas, muchas familias se ven en la necesidad de buscar un segundo trabajo
que aumente al menos un poco el ingreso familiar que les permita acceder a
mayores bienes de consumo, especialmente la canasta básica.
¿Qué
vida es esa en la que vives para trabajar y trabajas para vivir? Tal vez estoy
loca, pero un trabajo digno también procura el bienestar del trabajador fuera
del centro laboral, porque un trabajador satisfecho con su vida puede llegar a
ser más productivo (entiéndase productividad dentro del sistema económico que
impera en Occidente).
Durante
más de treinta años vendí mi fuerza laboral por una vida material que nunca me
satisfizo. He sido más feliz en mi mesita de bar escuchando en la ebriedad las
historias de otros clientes que demandan ser escuchados, así sea por algún
extraño, porque curiosamente en momentos de crisis una palabra de alguien ajeno
a nuestras vidas parece ser más objetiva que todo aquello que puedan decir
nuestros conocidos.
Y
es un trabajo y se hace con dignidad, aunque no lo reconozca la Organización
Internacional del Trabajo. Hay oficios que dan mayor satisfacción que una plaza
laboral inserta en un sistema económico que suprime la vida en su ecuación.
Al
final no importa. Mi nombre, tu nombre y todos los nombres tornaremos al
silencio.
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