A menos que nos sorprenda por su
intensidad, por lo regular los colores pasan desapercibidos y no son procesados
por la mente como un atributo de la materia. Incluso se ha desarrollado una
especie de psicología del color que pasa inadvertida en nuestro día a día.
Los
ojos, el sentido de la vista, cuando se dice que funcionan de manera óptima,
pueden capturar eso que llamamos color y que puede ser una ilusión o una verdad
que damos por hecho sin cuestionarnos por su naturaleza.
El
azul era color mucho antes de ser nombrado “azul” y, sin embargo, fue
etiquetado para distinguirlo de otros colores, incluyendo sus matices de
acuerdo con sus grados de luz y sombra y sus combinaciones con otros colores:
azul acero, azul cielo, azul turquesa.
No
obstante, hay ocasiones en las que un mismo color pone en duda la percepción de
las personas. Hace un par de años tuvimos un ejemplo: un vestido cuyos colores
eran percibidos por algunos como blanco con líneas doradas, otros decían que
era azul con líneas color ocre, unos más decían que era negro con rayas
blancas.
Pero
volvamos a eso que han llamado psicología del color, una ciencia inexacta a la
que recurren con bastante frecuencia los mercados para motivar el flujo de
dinero. Atribuimos a los colores la capacidad de generar conductas en los
individuos, desde el rojo vinculado con la violencia, el peligro y la
seducción, hasta el blanco como la pureza y el llamado a la paz.
Rojo,
café y mostaza también son empleados en negocios de venta de comida porque se
cree que estimulan el apetito, mientras que el verde, el dorado y el amarillo
fomentarían el dispendio. Colores fríos, colores quebrados, colores cálidos,
colores básicos, tenemos una extensa gama con ligeros matices que solo un
ordenador podría distinguir.
La
vida también podría tener estos atributos de color. Mi vida ha transcurrido en
espacios de luz y sombra que se superponen para velar las memorias y como vienen
a flote bajo otro lente. Una vida gris, también en sus matices, hasta colores
opacos una vez en la edad adulta. Colores que conviven con algunos rayos de luz
que en su blancura dejan ver esos tonos con otra intensidad.
Es
una forma un poco bella de ver la vida: podríamos tener un camino de colores
opacos y, sin embargo, estos cobran mayor intensidad (podríamos decir que “se
llenan de vida”) cuando un rayo de luz los penetra. Así, un rojo óxido puede
convertirse en rojo bermellón con mayores grados de luz, pero eso no evita que
el rojo deje de ser rojo.
Añadimos
color a la vida porque la existencia gris resulta monótona.
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