Hay ciertas personas que repiten
un patrón de conducta muy peculiar, como si se tratara de coleccionistas.
Comienzan en la infancia recogiendo piedras de diferentes tamaños, colores y
texturas y, si se le permite, las guardan como si fueran su mayor tesoro. Un
indicio también de que más tarde podrían desarrollar esa conducta para “poseer”
y “acumular”.
Uno
colecciona objetos que nos parecen únicos en nuestra visión de mundo, pero una
conducta de coleccionista dejaría ver algo más si se observa con detenimiento:
¿por qué guardar como propio algo que nos parece único? Un poco de celo, quizá.
Un deseo inconsciente de que “el otro” no posea esto que yo tengo.
Podría
comenzar con las piedras que uno recoge en la infancia, luego cambiamos las
piedras por objetos como plumas (de escritura y del plumaje de las aves),
estampas, dibujos, canicas, pulseras, recortes de revistas, imágenes de algún
“ídolo” en nuestra juventud y una larga lista de objetos a veces impensables
hasta que llega un día en el que esa conducta de coleccionista nos lleva a
buscar los objetos “raros” por su edición limitada.
Sin
embargo, hay ciertos matices en las colecciones y las conductas del
coleccionista que también habría que considerar. Un museo alberga colecciones
de piezas consideradas “arte”, aunque se exhiben para compartir una experiencia
ante un objeto “único”.
Hay
quienes solo acumulan objetos para coleccionar y guardarlos con celo, solo para
la experiencia propia, íntima, una experiencia que difícilmente se compartiría
a ojos ajenos por el miedo a perder el objeto en colección.
Otros
casos más graves, en su visión de mundo, coleccionan cuerpos que en su visión
de mundo siguen siendo objetos. Los hay quienes acumulan huesos humanos,
dientes, cabellos, homicidios, fotografías de homicidios, incluso piezas que
formen parte de una escena del crimen. Coleccionistas de la muerte, se podría
decir.
Unos
más, quienes pasan desapercibidos, coleccionan relaciones sociales, humanas,
sentimentales, y los menos coleccionan instantes, aunque se conserven en la
fragilidad de la memoria, sin llegar a ser algo tangible, medible o que pueda
ser compartido excepto por quien se vio involucrado en dicho instante.
Yo
me encuentro en este último grupo, aunque mi colección no es muy agradable.
Colecciono palabras, frases, instantes que me han marcado la vida. Son memorias
que se graban de manera permanente, incapaces de ser borrados, aunque son
retratados por el filtro de mi memoria y su combinación con el tiempo.
Mi
cajita es el silencio de mi nombre. Los objetos también desaparecen.
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