Muy conocida es la expresión “uno
cosecha lo que siembra”, empleada en especial para casos en los que se quiere
dar a entender que uno mismo es responsable de su presente como consecuencia de
las decisiones y omisiones del pasado.
La
expresión encierra una parte de verdad, pero siempre es conveniente analizar
otros matices porque tal afirmación equivaldría a otra expresión muy socorrida
en estos tiempos de democracias maniqueas: “son pobres porque quieren”. Y, sin
embargo, la pobreza también responde múltiples circunstancias y factores que no
dependen de la voluntad de la persona.
Detrás
de las historias de éxito se esconde un entramado más complejo, desde un sistema
patriarcal de privilegios (en especial si consideramos el color de la piel en
un mundo que clasifica a partir de los rasgos físicos), un sistema económico
que genera grandes brechas de desigualdad (más allá de la añeja brecha entre
hombres y mujeres en múltiples aspectos de la vida), un sistema educativo que
refuerza estereotipos y sesga la igualdad de oportunidades, la corrupción e
incluso lucrar con el dolor de las historias de superación y ”éxito”.
Más
elementos pueden encontrarse si analizamos más a fondo. Me vienen a la mente
esas personas que van por el mundo dictando “conferencias”, que no son más que
testimonios de cómo superaron la miseria de la vida (con fe, con fuerza de
voluntad, con esperanza, con trabajo...) y hoy se dedican a “inspirar” a otras
personas a ser “triunfadores”.
Patrañas.
Lo que no dicen es que lucran con sus historias de miseria, que ese recurso que
ingresa cada vez que hacen llorar al auditorio les permite un estilo de vida
más despreocupado, a tal grado que desde su posición de privilegio (porque lo
es) se sienten con la autoridad moral para afirmar que “uno cosecha lo que
siembra”.
Sí:
uno puede cosechar frustraciones, angustia, falsas expectativas, mentiras y
desengaños. Al final, el dedo inquisidor que afirma que “uno cosecha lo que
siembra” dirá que todo ello es producto de nuestras decisiones y omisiones, de
la falta de voluntad para salir de la situación en la que vivimos anclados.
Pues
su expresión me la paso por el arco del triunfo. Mi cosecha es un campo seco
donde las semillas ni siquiera llegan a germinar porque este terreno no sirve
para sembrar. Al contrario, tanto rencor, tanto resentimiento, tanto abandono,
tanta renuncia hacia la vida y la existencia hicieron de esta tierra un barro
para crear, pero no para sembrar.
En
el hueco saber de mi cabeza contemplo el barbecho con ojos de desencanto. Aquí
no hay lugar para la siembra. Por eso el silencio que se lleva el viento: ni
las aves se detienen en su vuelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario