Alguna vez llegué a escuchar la
expresión “el mundo, en dos cazuelas”. La preparación de los alimentos es una
curiosa referencia a la creación: la materia se transforma en una cátedra de
ciencia sin saber necesariamente de física, química, anatomía, matemáticas o
biología.
La
arquitectura en cierta forma es una analogía del cuerpo. Ciudades enteras han
sido construidas a lo largo de la historia bajo ese modelo y una casa sigue
patrones similares. Mientras la habitación principal representa la cabeza, la
cocina se ha convertido en el corazón.
Hay
cocinas de muchos tipos, desde los grandes espacios donde cocinar se vuelve todo
un ritual de transformar los alimentos en enormes cazos, hasta espacios casi
inexistentes limitados a un horno de microondas, cocinas integrales donde cada
utensilio tiene su lugar para conservar el orden y las proporciones, hasta
cocinas improvisadas donde el polvo y el cochambre han creado un nuevo
ecosistema.
Y
podemos tener los grandes recetarios, las habilidades para crear platillos que
se disfrutan lentamente por la necesidad de prolongar la sensación placentera
que nos provocan, independientemente de las herramientas para hacerlo, pero las
condiciones de nuestra cocina curiosamente guardan relación con lo que ocurre
dentro, en el recipiente del cuerpo, debajo de los nervios que lo cubren.
El
afecto tiene muchas formas para ser compartido (demostrado) y una de ellas es a
través del alimento, especialmente con los sabores más dulces. Hay una
expresión muy frecuente en la que se afirma que “al hombre se le conquista por
el estómago”, haciendo referencia a esta idea de que el alimento es otra
manifestación del afecto.
Cocinar
es un ritual que involucra emociones y sentimientos e incluso hay ciertas
doctrinas que indican que si no se está bien emocional y espiritualmente, mejor
alejarse de la cocina. Se cree que preparar los alimentos cuando estamos
sumergidos en determinadas emociones puede influir en su transformación, para
bien o para mal, y el receptor tendrá una experiencia o positiva o negativa con
esos alimentos.
Mi
cocina es modular, bien equipada, pero llena de utensilios sucios, con algunas
puertas vencidas en sus goznes, la estufa devorada por el cochambre y las
quemaduras. Alguien que mire esa cocina dirá que peco de suciedad, pero la
verdad es que eso me preocupa menos que mi incapacidad para brindar afecto.
Aquí
dentro se acumulan la suciedad y el cochambre, el corazón late con los goznes
vencidos y el afecto que podría tener para compartir luce quemaduras por todos
lados. ¿Quién disfruta de comer alimentos en mal estado?
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