10 de abril de 2019

99. El faro


En algunas costas aún es común ver este tipo de construcciones que se erigen imponentes para desafiar al mar. Un faro es la luz que guía al navegante a través de los obstáculos para llegar a puerto, una “zona segura” cuando el mar se encuentra agitado bajo la tempestad. Curiosa simbología.

         Recuerdo hace no muchos años haber leído “Al faro”, de Virginia Woolf, una historia basada en hechos biográficos de la propia autora que describe tres etapas de una familia y cuyas vidas transcurren con un faro al fondo de la escena. El faro en sí tiene ya una carga de representación mucho más profunda que la obviedad de las cosas.
         “El amor eterno” es un filme de Jean Pierre Jeunet cuya historia también se desarrolla alrededor de un faro que se alza imponente sobre una costa francesa y figura en momentos clave de la narrativa: como espacio físico, como espacio de representación sobre la vida adulta (incluyendo la vida sexual), como espacio de indeterminación mientras se espera, como espacio de evocación en la distancia.
         El faro de Alejandría quizás es uno de los más socorridos en la historia, descrito como una de las maravillas del mundo antiguo, aunque hoy inexistente incluso en sus ruinas. Se pueden encontrar historias que describen su funcionamiento, sus dimensiones y la importancia que tenía para una de las ciudades más importantes de Egipto en tiempos de Cleopatra.
         Podría mencionar otros ejemplos de faros, que algunos han considerado como una representación fálica de la vida adulta, mientras que en otros casos se le ha descrito como símbolo de fortaleza, resistencia e inspiración que guía a los demás a un buen destino.
         Y sin embargo, por muchos calificativos que pudiéramos atribuirle, un faro seguirá erigiéndose imponente de frente al mar; fuerte y con mucha resistencia, es cierto, pero solitario; imponente, aunque hueco e incapaz de ser hogar; motivo de inspiración, no obstante la soledad que emana de su estructura.
         Convertirse en faro es también un drama. Hay personas que inspiran, que reflejan esa imponencia, esa fortaleza y pueden orientar a otras personas para que encuentren una “zona segura” cuando se encuentran ante alguna adversidad. Pero en el fondo son personas solitarias, vacías, que no pueden albergar a otros corazones en su fortaleza.
         Si yo pensara mi existencia como un faro que guíe a otras personas, pensaría en una ruina. Mi vida no ha sido una experiencia grata, mucho menos regida por la lógica mayoritaria de estos tiempos. Mi condena es cuestionarme este entorno sin ofrecer respuestas concretas, solo reflexiones. Y aunque hubiera sido faro, mi presente sería la ruina de ese faro, algo que fue y ya no será, que en ese no-ser ha perdido su finalidad y no tiene caso continuar con su existencia.

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