En algunas costas aún es común
ver este tipo de construcciones que se erigen imponentes para desafiar al mar.
Un faro es la luz que guía al navegante a través de los obstáculos para llegar
a puerto, una “zona segura” cuando el mar se encuentra agitado bajo la
tempestad. Curiosa simbología.
Recuerdo
hace no muchos años haber leído “Al faro”, de Virginia Woolf, una historia
basada en hechos biográficos de la propia autora que describe tres etapas de
una familia y cuyas vidas transcurren con un faro al fondo de la escena. El
faro en sí tiene ya una carga de representación mucho más profunda que la
obviedad de las cosas.
“El
amor eterno” es un filme de Jean Pierre Jeunet cuya historia también se
desarrolla alrededor de un faro que se alza imponente sobre una costa francesa
y figura en momentos clave de la narrativa: como espacio físico, como espacio
de representación sobre la vida adulta (incluyendo la vida sexual), como
espacio de indeterminación mientras se espera, como espacio de evocación en la
distancia.
El
faro de Alejandría quizás es uno de los más socorridos en la historia, descrito
como una de las maravillas del mundo antiguo, aunque hoy inexistente incluso en
sus ruinas. Se pueden encontrar historias que describen su funcionamiento, sus
dimensiones y la importancia que tenía para una de las ciudades más importantes
de Egipto en tiempos de Cleopatra.
Podría
mencionar otros ejemplos de faros, que algunos han considerado como una
representación fálica de la vida adulta, mientras que en otros casos se le ha
descrito como símbolo de fortaleza, resistencia e inspiración que guía a los
demás a un buen destino.
Y
sin embargo, por muchos calificativos que pudiéramos atribuirle, un faro
seguirá erigiéndose imponente de frente al mar; fuerte y con mucha resistencia,
es cierto, pero solitario; imponente, aunque hueco e incapaz de ser hogar;
motivo de inspiración, no obstante la soledad que emana de su estructura.
Convertirse
en faro es también un drama. Hay personas que inspiran, que reflejan esa
imponencia, esa fortaleza y pueden orientar a otras personas para que
encuentren una “zona segura” cuando se encuentran ante alguna adversidad. Pero
en el fondo son personas solitarias, vacías, que no pueden albergar a otros
corazones en su fortaleza.
Si
yo pensara mi existencia como un faro que guíe a otras personas, pensaría en
una ruina. Mi vida no ha sido una experiencia grata, mucho menos regida por la
lógica mayoritaria de estos tiempos. Mi condena es cuestionarme este entorno
sin ofrecer respuestas concretas, solo reflexiones. Y aunque hubiera sido faro,
mi presente sería la ruina de ese faro, algo que fue y ya no será, que en ese
no-ser ha perdido su finalidad y no tiene caso continuar con su existencia.
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