26 de abril de 2019

116. La arrogancia


Ella camina como una emperatriz entre los palacios que se erigen sobre la calle de luces de neón y colillas de cigarros aplastadas bajo el peso de sus plataformas. Ni siquiera los pavorreales caminan con tal orgullo como ella camina entre las calles abriendo su plumaje colorido para conquistar.

         Pero hay una línea muy delgada entre la autoestima y la arrogancia, una línea tan sutil que un paso en falso y ese monumento que se erige entre los palacios de la noche podría derrumbarse.
         Y sin embargo ella camina, la cabeza en alto, mirando el horizonte y no los pies en su camino. Su plumaje cautiva, inspira, despierta emociones encontradas, pone a dudar el artificio de las plataformas, pero camina, segura de sí, sus piernas como mástiles de un barco cuyas velas desplegadas atrapan el viento para andar avante hacia su destino.
         La arrogancia se derrama en el momento en que el orgullo se torna una soberbia que arremete con la mirada sobre otros ojos. Nada le justifica, pero ella es la arrogancia que existe en este mundo y extiende sus tentáculos a cada paso que da.
         Ella se llama Ofelia. Horas antes, sobre el tocador, era la Victoria de Samotracia, dispuesta a entregar todo para marcar historia e imprimir su nombre en los rostros de la gente. Un último toque de labial y sale a enfrentar la mirada de los lobos, tan tiernos cachorros que en el sopor del alcohol son incapaces de distinguir el artificio del color. Se dirige a la esquina donde siempre aguarda la primera tarifa. No necesita esperar mucho. Bajo la luz ambarina de un farol cubierto de grafitis ya aguarda el perdón de sus pecados. Con el paso de una emperatriz, derrumba los palacios elevados a la noche. Suspira atenta, contempla, envejece. Sabe que al final del camino se encuentra la llave de la libertad.
         En su obsesión por obtener el triunfo, permite que la carne desfogue su necesidad. Con la boca de la angustia ofrece consuelo al ente que la incita. Entre la música de los neones y el aroma de la urgencia, María irrumpe en los secretos del olvido. Hincada ante su benefactor, atenta a la sonrisa etílica y voraz, espera el llamado de la comunión. Y en un instante de creación se dibuja una vía láctea sobre las alas de la mariposa. El arte de la transformación emprende el vuelo hacia la ruta de lo imaginario. En ese lapso, Ofelia empuña con orgullo el último recurso hacia la libertad.
         Una espuma de colores emerge del rincón como una bella pirotecnia que en cámara lenta derrama su fuego en el espacio nocturno. Nada podrá interponerse entre María y el destino, nada se ocultará mientras posea los secretos de la seducción. De pie bajo la luna, ha traspasado la última barrera. Solo resta un paso, uno solo, y podrá sonreír ante otros ojos. La noche espera.

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