No creo que alguien piense que
alguien vive en la locura por escuchar su voz darle instrucciones, orientarle,
darle consejo frente a una situación que se presenta. Es frecuente, más de lo
que podría esperarse, pero no todas las voces corresponden con lo que
proyectamos.
Uno
mira en el espejo el escombro de la noche y nuestro rostro deja ver las huellas
del mundo onírico del cual venimos para enfrentarnos a la batalla de la
vigilia, quizá desarmados, desnudos o preparados para lo inevitable, lo impredecible,
lo que sea que se esconda detrás del adjetivo.
Por
lo regular, la voz interior se manifiesta cuando hemos de tomar alguna
decisión. Algunos han optado por llamar a esa voz “conciencia”, como en la
película de “Pinocho” y la alegoría de Pepe Grillo, aunque en la vida cotidiana
esa conciencia tiene otras formas para manifestarse.
Pensaríamos
que esa voz ofrece consejo únicamente en cuestiones morales, decidir entre lo
correcto y lo justo, lo bueno y lo malo, lo posible y lo imposible, adjetivos
que se pueden acumular en su contraposición y, sin embargo, dejarnos sin
respuesta.
En
cambio, pueden ampliar el espectro de decisión y dejarnos en la incertidumbre,
la pregunta en el aire, aunque más pesada según la carga de conciencia. Y
caemos en la trampa, nos dejamos guiar por la voz que se manifiesta, aunque nos
conduzca al precipicio de la duda.
Triste
es pensar que hay otras voces que también se manifiestan en la mente, también
son escuchadas únicamente por el individuo que abre los sentidos al mensaje,
epifanía individual que no tiene repetición más que en una sola cabeza.
Esquizofrenia
es el nombre más recurrente en la psicología, una ciencia subjetiva que no
escucha esas voces de las que habla en sus tratados y teorías y tesis y demás
documentos con apariencia de oficiales que legitiman la supremacía de una mente
silenciada.
Mi
cabeza es un mar de voces. No alcanzo a escuchar mi voz entre tantas voces.
Cada mañana me miro en el espejo con la esperanza de que mi rostro encuentre su
voz en medio de la tormenta, porque incluso en el sueño las olas no cesan.
Mi
nombre hace eco en el hueco de mi ser en un llamado insistente: “Ofelia”. Años
y años han pasado sin que ese llamado tenga una respuesta. Pienso que quizá mi
nombre se ha perdido entre las voces, dejando un hueco imposible de llenar,
aunque ha dado paso a esto que muchos llaman locura.
Si
mi nombre se escuchara hasta el último rincón del mundo tal vez, solo tal vez,
podría decir que mi nombre sobrevivió al silencio. Pero vivo inundada entre las
voces y ni siquiera escucho mi silencio.
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