2 de abril de 2019

91. La partida


Hay momentos en los que el sentido de pertenencia se desvanece. Queda un hueco en la vida que debe ser llenado con nuevas experiencias porque el vacío constante genera un malestar que impide girar a la rueda de la vida. Puede ser una partida física o espiritual, pero en todo caso se trata de tomar distancia.

         Por supuesto, hay diferentes tipos de partidas. La más recurrente (o más identificable, por sus características) es la muerte, una partida sin punto de retorno. En torno a ella se han creado muchas historias, a cual más de atractivas por su creatividad e imaginación, que den un poco de sosiego a quienes permanecen para velar por la partida (el viaje) de quien se va.
         Mientras los griegos hablaban del Inframundo y la barca de Caronte, los aztecas se referían al Mictlan, los egipcios al juicio de Anubis, los judeocristianos al Juicio Final y la clasificación de almas que se dividirán en tres destinos diferentes (Infierno, Purgatorio y Paraíso). Ignoro qué pensarán quienes no siguen alguna de estas doctrinas, pero en algo han de creer, como yo.
         La partida también puede manifestarse como el inicio de un viaje o aventura, como se recordará en La Ilíada y La Odisea con la figura de Ulises, quien parte a la guerra en Troya mientras Penélope teje y desteje un entramado que mantenga la cordura durante esa ausencia. Porque a final de cuentas, la partida es ausencia, deja un hueco en quienes se quedan para decir “adiós”, un “hasta luego” o “no me esperes”.
         Situación similar ocurre al dejar el nido, el hijo que parte a una nueva vida donde tenga que valerse por sí mismo y, sin embargo, quienes se quedan en el hogar que le ve partir permanecen con la incertidumbre sobre la posibilidad de que no haya aprendido lo suficiente para sobrevivir en el mundo al que va.
         Partidas he enfrentado muchas en mi vida. Vi a mi madre partir cuando era aún muy pequeña para comprender su ausencia y, sin embargo, su vacío fue la base de mi coraza de amazona. Partió también el único amor que he tenido, aquel cuya imagen evocada permanece en la mesa de aquel bar en el que me recluyo cada noche para ahogar estas memorias hoy insoportables.
         Seguramente alguien me ha visto partir. Ignoro si nos hemos dicho “adiós”, “hasta luego” o “no me esperes”. Seguramente el silencio fue la última palabra. No me inclino por volver al mismo sitio ni por regresar en el camino. La vida es una aventura de constantes partidas. Se llama movimiento.
         Huir de la vida y la existencia también implican movimiento, aunque por fuera los demás nos vean estancados. Finalmente se trata de partir, dejar la sombra clavada en este cuerpo y partir, sin ojos ni pies para seguirme. Porque al final de todo mi propio nombre se volverá silencio.

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