Así como un cuadro expuesto en
una galería que despierta sensaciones en el espectador, un libro también puede
ser un objeto de arte con varios niveles de interpretación, desde el libro como
objeto hasta la rareza que raya en el mito de haber existido según las
referencias de otros libros.
El
libro existe mucho antes de que Guttenberg creara la imprenta. Recordemos la
antigua escritura sumeria en tablillas de arcilla, los papiros y manuscritos de
las culturas que florecieron en el mediterráneo (pobre Biblioteca de
Alejandría, maravilla que jamás llegó al mundo moderno como las Pirámides de
Egipto), los manuscritos medievales con detalles precisos en sus miniaturas e
incluso los códices de los pueblos mesoamericanos.
Hallamos
también esos libros de los cuales solo tenemos referencias a través de otros
libros, como el libro sobre la risa atribuido a Aristóteles (se dice que es el
segundo tomo de la Poética, objeto central sobre el cual se desarrolla “El
nombre de la rosa”, de Umberto Eco) o el Necronomicón, libros escritos sobre
hojas de piel humana, libros de tinta invisible, libros que esconden en sus
bordes pequeñas claves vinculadas con otros libros.
El
libro como objeto no ha estado exento de sufrir la violencia del pensamiento
fundamentalista de la humanidad, libros considerados sagrados (la Biblia, el
Corán), libros que motivaron genocidios (“Mi lucha” se convirtió en una especie
de libro sagrado para legitimar una masacre de proporciones mundiales), libros
que fueron censurados o prohibidos por atentar contra la cosmovisión de una
época (recuérdese los libros llevados a la hoguera durante la Inquisición [sí,
también los libros murieron en las llamas de la Inquisición]).
El
libro del cual habla la tradición judeocristiana como aquel que está por encima
de todas las cosas es el Libro de la Vida, donde están escritos los nombres de
todas las personas que serán llamadas al “Juicio Final”, un libro donde
seguramente no figura mi nombre y junto a otras almas, cuando suceda lo que ha
de suceder, viviré la condena de una eternidad en el Limbo de la existencia (o
la no-existencia, según la perspectiva).
Alguien,
seguramente una sombra, escribirá de mí y de esto que ocurre dentro. Quizá se
valga de técnicas narrativas simples (o en todo caso, bastante elaboradas) para
describir este tormento que es renunciar a la vida y la existencia. Me nombrará
Ofelia o decidirá omitir mi nombre, pero a final de cuentas tendrá que valerse de
un sustantivo para referirse a mí.
También
soy objeto que puede transformarse en un libro objeto, intertextual, con
diferentes interpretaciones, porque al igual que las cebollas, un libro se
conforma de diferentes capas de lectura que solo la experiencia individual
puede desvelar. Pero al final de todo, incluso el libro es un momento de
silencio.
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