23 de abril de 2019

113. El libro


Así como un cuadro expuesto en una galería que despierta sensaciones en el espectador, un libro también puede ser un objeto de arte con varios niveles de interpretación, desde el libro como objeto hasta la rareza que raya en el mito de haber existido según las referencias de otros libros.

         El libro existe mucho antes de que Guttenberg creara la imprenta. Recordemos la antigua escritura sumeria en tablillas de arcilla, los papiros y manuscritos de las culturas que florecieron en el mediterráneo (pobre Biblioteca de Alejandría, maravilla que jamás llegó al mundo moderno como las Pirámides de Egipto), los manuscritos medievales con detalles precisos en sus miniaturas e incluso los códices de los pueblos mesoamericanos.
         Hallamos también esos libros de los cuales solo tenemos referencias a través de otros libros, como el libro sobre la risa atribuido a Aristóteles (se dice que es el segundo tomo de la Poética, objeto central sobre el cual se desarrolla “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco) o el Necronomicón, libros escritos sobre hojas de piel humana, libros de tinta invisible, libros que esconden en sus bordes pequeñas claves vinculadas con otros libros.
         El libro como objeto no ha estado exento de sufrir la violencia del pensamiento fundamentalista de la humanidad, libros considerados sagrados (la Biblia, el Corán), libros que motivaron genocidios (“Mi lucha” se convirtió en una especie de libro sagrado para legitimar una masacre de proporciones mundiales), libros que fueron censurados o prohibidos por atentar contra la cosmovisión de una época (recuérdese los libros llevados a la hoguera durante la Inquisición [sí, también los libros murieron en las llamas de la Inquisición]).
         El libro del cual habla la tradición judeocristiana como aquel que está por encima de todas las cosas es el Libro de la Vida, donde están escritos los nombres de todas las personas que serán llamadas al “Juicio Final”, un libro donde seguramente no figura mi nombre y junto a otras almas, cuando suceda lo que ha de suceder, viviré la condena de una eternidad en el Limbo de la existencia (o la no-existencia, según la perspectiva).
         Alguien, seguramente una sombra, escribirá de mí y de esto que ocurre dentro. Quizá se valga de técnicas narrativas simples (o en todo caso, bastante elaboradas) para describir este tormento que es renunciar a la vida y la existencia. Me nombrará Ofelia o decidirá omitir mi nombre, pero a final de cuentas tendrá que valerse de un sustantivo para referirse a mí.
         También soy objeto que puede transformarse en un libro objeto, intertextual, con diferentes interpretaciones, porque al igual que las cebollas, un libro se conforma de diferentes capas de lectura que solo la experiencia individual puede desvelar. Pero al final de todo, incluso el libro es un momento de silencio.

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