Conocido es que Sócrates bebió
cicuta por voluntad, aunque fuera siguiendo una condena. Caso contrario a la
gran Cleopatra, quien tomó un áspid oculta en una cesta de higos, la acercó a
su cuerpo para ser mordida y esperó a que su veneno terminara con su existencia
antes que desfilar por las calles de Roma con grilletes de oro.
A
lo largo de la historia han existido diferentes variedades de veneno que han
terminado con la vida de grandes personajes y, en cierta forma, han marcado el
curso de la misma historia. ¿Qué hubiera pasado si Sócrates o Séneca no
hubieran tomado cicuta?, ¿qué hubiera ocurrido en el caso de Cleopatra,
Napoleón o César Borgia?
Hay
historias de guerra en diferentes periodos de la historia (valga la
redundancia) cuyos altos mandos siempre cargaban veneno consigo en diferentes
presentaciones para consumirlas en caso de encontrarse ante una situación
adversa.
Incluso
la literatura nos ofrece ejemplos de venenos que formaron parte decisiva del
drama a relatar. Difícil imaginar a Emma Bovary enfrentar su destino en lugar
de beber veneno para terminar con su tormento, o el mítico libro sobre la risa,
de Aristóteles, insertado en una narración de conspiraciones en una abadía
medieval, solo por mencionar un ejemplo.
Conspiraciones
y suicidios por lo regular rondan a la palabra “veneno”, incluso en la historia
moderna. Recordemos la sección de nota roja en cada periódico de cada país
donde refieren “accidentes caseros” con productos tóxicos consumidos en casa, o
aquellas noticias sobre muertes en localidades cercanas a las minas por
envenenamiento con arsénico o mercurio.
Pero
el veneno existe en otras formas que no necesariamente se vinculan con una
conspiración o un suicidio. Hay venenos no físicos que transforman los
malestares en cáncer para convertirlos en un veneno físico (recordemos esas
teorías de que cada tipo de cáncer responde a necesidades espirituales no
satisfechas).
Por
estas venas que hoy escriben corre veneno en lugar de sangre. Aquí dentro me
late un hongo seco en lugar de corazón, pero hongo con alta carga de veneno sin
señales de advertencia (cómo olvidar el maravilloso colorido de los hongos
venenosos o las serpientes más letales).
Cada
palabra que sale de mi boca es como un puñado de escorpiones cargados de
veneno, ansiosos por clavar su aguijón en quienes se atreven a acercarse, así
sea con buenas intenciones. Pero es bien sabido que la curiosidad mató al gato.
En
todos estos años he destilado el veneno que me habita y, por voluntad o sin
ella, he afectado a quienes se han atrevido a estar cerca. No tengo señales de
advertencia. Por eso me recluyo en el silencio. La soledad también es
responsabilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario