Guillermo de Ockham ya escribió hace
más de 500 años un tratado denominado “Elogio de la Locura” para hablar de la
estulticia como una especie de estado de gracia en el que la ignorancia podría
representar una virtud en un mundo ideal donde la emoción pesara más que la
razón. Y aquí es donde vomito de la filosofía moderna sobre la felicidad, el
éxito y la realización personal que se aíslan de su entorno basados en la
omisión y la mentira a sí mismos.
La
gente inútil (imbécil le llaman otros) pretende hacer ver un mundo en el que
razonar está sobrevalorado, acostumbrados a vivir bajo las reglas de un sistema
que ejerce control a través de diferentes hilos, como si la humanidad fuera un
títere sin un propósito más allá que el ocio del titiritero.
Reniego
del sistema y me ahogo en alcohol porque la realidad me parece insoportable
(tanto o más que mi propio esquema de vida no vivida porque no tengo la
voluntad para vivirla) y es mejor callar que vociferar sobre todo aquello con
lo que no coincido. Es un mundo de locura, mi mundo de locura, que no se ajusta
a los hilos del titiritero.
El
alcohol me permite callar mis pensamientos, porque pensar implica cuestionarse
con base en múltiples razonamientos que ponen en duda la lógica bajo la cual se
rigen las cosas en circunstancias específicas. Y, sin embargo, me dejo llevar
por la ignorancia de no querer saber, de negarme a entender y asimilar cómo el
mundo en el que he sido insertada cambia y se transforma de acuerdo a los
contextos en los que se desenvuelven las realidades que se entrecruzan para mi
presente.
Ignorante
vivo sin saber de mí, en un estado de gracia que me permite desconocer (al
menos por un momento) todo aquello que representa un estímulo al espíritu y que
puede modificar mi visión de mundo. Pero me digo “No”, renuncio a la sabiduría
y el entendimiento que solo la estulticia puede otorgarnos.
No
soy una muñeca de trapo a la que han cosido hilos de dominación para ser
controlada por un titiritero. Y, sin embargo, sigo siendo una escoria, una
ruina, una sombra, humo, niebla, sombra, nada. La Nada que es útil para
entender un Todo.
Renuncio
a mí misma para asimilar esto que me habita. Renuncio a la existencia para
llegar a ese grado de conciencia donde pueda entender mi finitud a partir de la
voluntad y el peso de “ser” y “estar”. Pero “soy” más allá de mi silencio y eso
me tortura, porque de haberme entregado a la estulticia y no al alcohol, hoy
quizás habría asimilado esta vida a pesar de la renuncia.
Finalmente
mi nombre se volverá silencio. Ni la razón ni la estulticia podrán rescatar mi
nombre de las garras del olvido.
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