Siglo XXI. La mayoría de los
países ha abolido la esclavitud en sus leyes y, sin embargo, aún existe la
esclavitud de manera legal en otras tantas naciones. “Trata de personas” es un
término similar para referirse a la esclavitud de estos tiempos en los que
predominan los discursos en torno a la libertad, la democracia y la igualdad.
Discursos más falsos que mi propia felicidad.
Con
frecuencia pensamos la libertad como la vida fuera de una cárcel, como la
posibilidad de votar por tal o cual representante de la ideología con la que
tenemos mayor afinidad, la libertad de culto, la libertad de decidir. Se trata
de pequeños alicientes parecidos a aspirinas para un cáncer mayor: la prisión
de la conciencia.
Este
mundo ha creado otro tipo de jaulas con barrotes invisibles, aunque sólidos,
que nos dan esa sensación de libertad a pesar del encierro. El sistema económico
es una de tantas jaulas en las que vivimos encerrados sin ser conscientes de
esa falta de libertad.
Son
sistemas que se superponen en diferentes grados, como el sistema político, el
sistema tributario, el sistema laboral, incluso el sistema penitenciario. Y por
mucho que se precien de falsas libertades somatizantes, siempre habrá un
sistema en el que permanezcamos confinados.
Tan
solo en la cotidianidad vivimos necesidades impuestas que nos van restando
libertades poco a poco. Nos venden el trabajo como la libertad prometida, esa
epifanía del futuro próspero en el que veremos recompensas una vez que
trabajemos lo suficiente (¿cuánto es “suficiente”?).
La
anarquía nos ofrece otra visión de la libertad, cuestionando las celdas de los
diferentes sistemas que nos oprimen, haciendo visibles los barrotes que nos
restan libertades. No tienen la llave, pero asimilar nuestra prisión es un
primer paso para entender que la libertad sigue siendo una utopía creíble.
Yo
no tuve la libertad de elegir al ser traída al mundo. Nací y recibí un nombre.
Y mi libertad consta en documentos firmados por otros nombres. Sin esos papeles,
mi libertad no gozaría de “derechos” establecidos en otros documentos firmados
por otros nombres. Ese es el sistema: la aparente libertad que solo es posible
(aunque falsa) si alguien más da fe y constancia de tu existencia.
Todos
estos años he vivido con un nombre (“Ofelia”) sin que conste en uno de esos
documentos. Vivo sin identidad oficial, pero existo más allá del nombre. ¿Soy
más libre que aquellos cuya identidad consta en documentos oficiales?
En
la soledad de mi jaula canto el silencio de las libertades no gozadas, porque
al final de todo, cuando suceda lo que ha de suceder, mi propio nombre se
volverá silencio.
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