Muchos rituales de las diferentes
cosmovisiones que ha habido en la historia han incluido entre sus prácticas
algún sacrificio en una especie de ofrenda cuyo significado puede diferir según
las circunstancias en las que se realice. En todo caso, se trata de un acto de
entrega para obtener algo a cambio.
Me
viene a la mente un ejemplo clásico de sacrificio en la tradición
judeocristiana (que ya de por sí incluye numerosos ejemplos de sacrificios):
las ofrendas de Caín y Abel. Uno pastor, el otro agricultor, cada uno ofrece a
Dios una ofrenda-sacrificio producto de su trabajo. Mientras uno entrega un
cordero, el otro entrega los frutos del campo y, sin embargo, ese Dios acepta
la violencia del sacrificio animal.
Culturas
antiguas se valían de juegos sanguinarios para ofrendar a sus dioses
sacrificios humanos en medio de una diversión profana. El circo romano es un
ejemplo, también los juegos de los pueblos mesoamericanos. Contextos donde el
sacrificio implicaba muerte.
Historias
de este tipo abundan, como aquella donde el guerrero se entregó a las llamas
para separar al sol de la luna (y un hermoso conejo blanco también en ofrenda
que quedó plasmado en la silueta de la luna) o aquellos guerreros que, al ganar
un juego de pelota, ofrendaban su vida a alguno de los dioses en adoración
(recuérdese el uso del pedernal).
Siglos
más tarde, el sacrificio pasó a convertirse en la privación del instinto y la
alteración de las pulsiones de la naturaleza. Claustros y monasterios cuyos
miembros ofrecían en sacrificio sus votos de castidad, de abstinencia, de
ayuno, de libertad. El suplicio del cuerpo en ofrenda por la esperanza en una
trascendencia del espíritu.
Y
pasarían muchos años más para descubrir que la mente también jugaba a la
manipulación valiéndose del sacrificio. Familias que viven en la pobreza porque
sacrifican cualquier “lujo” para destinarlo a las necesidades básicas; las
hijas menores que sacrifican su libertad de elegir por entregarse (de manera
obligada) al cuidado de sus padres; la madre que dice ofrecer su vida en
sacrificio por el bienestar de sus hijos y se vale de este recurso para el
chantaje.
Puede
haber muchos ejemplos más, algunos aplicados a mi propia historia y otros
completamente ajenos. Yo he sacrificado mi cordura por renunciar a la vida y la
existencia. Esto que me habita es lo único que tengo, pero a ningún dios y a
ninguna persona puede llegar a interesarle esto que tengo para ofrecer.
¿Qué
harían con mis silencios, con mis lágrimas en la almohada, con el eco de mis
venas y el vacío de la mirada? Sacrifico mis palabras por el silencio de mi
nombre. Cuando suceda lo que ha de suceder, no importará la ofrenda.
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