Es bien conocida la expresión
“todo por servir se acaba y acaba por no servir”. El uso continuo de los
objetos en la vida cotidiana conlleva un desgate natural derivado de la
interacción con otros objetos, el tiempo y las circunstancias de uso. Una vez
que dejaron de servir al propósito para el que fueron creados, los objetos son
desechados. Algo similar ocurre con los sentimientos.
De
la extensa gama de emociones y sentimientos inherentes a la naturaleza humana,
estamos tan acostumbrados a utilizar solo unos cuantos que, al cabo del tiempo,
se renuevan mientras el resto sufre el deterioro natural por el desuso. No
desaparecen ni se renuevan, pero cuando hemos de recurrir a ellos dejan de
servir para su propósito y nos afectan.
Uno
de mis sentimientos que se ha deteriorado más es el afecto. He vivido en el
aislamiento tanto tiempo que cuando se presenta la ocasión, este afecto deja
ver su oxidación, rechina y hace ruidos extraños, como si se forzara demasiado
para cumplir su función. Al final no atiende a ese propósito y me deja con una
sensación de inutilidad emocional.
Así
he podido explicar mi incapacidad para establecer vínculos con la gente.
Sentimientos como el amor, la sororidad, la solidaridad, la empatía, la
afinidad o el enamoramiento han permanecido por tanto tiempo en desuso que si
los utilizara en este momento, serían más un lastre, un obstáculo para generar
esos vínculos deseables con los otros.
Cayeron
en desuso, a pesar de sus bondades, porque en esta vida han imperado otros
sentimientos. Vivo el dolor, la angustia, el rencor, el odio, la furia y esa
sensación de abyección que me impide conectar con la gente. El autosabotaje no
es gratuito. Perpetúa este aislamiento porque de otro modo haría demasiado daño
al mundo.
La
gama de emociones que utilizo es mínima, tan poco frecuente para otras
mayorías, que esos sentimientos comunes a los otros para mí ya viven en el
olvido, oxidados, con herrumbre, cubiertos de una gruesa capa de polvo y
telarañas que difícilmente volverán a su función original.
Contrario
a lo que pensarían, esta circunstancia fue una elección consciente y
voluntaria. Yo decidí con qué sentimientos me quedaba para la vida cotidiana y
cuáles dejaba oxidarse con el paso del tiempo. No era ni es mi interés generar vínculos
con la gente. Hacerlo volvería más complicada mi existencia y me alejaría cada
vez más del olvido de mi nombre.
Porque
al final de todo, del camino recorrido y las experiencias vividas, esta
existencia, mi propio nombre, se volverán silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario