Tengo la fortuna de no saber de
economía más allá de la doméstica virtud de extender los centavos ante la
incertidumbre de los días que transcurren. Pero sé que el dinero existe porque
hay un sistema que impide ser comunidades autosustentables. Vivir al margen del
dinero es un poco volver a un estado primitivo.
Uno
puede trabajar más de 30 años para jubilarse y morir al día siguiente, pagar
eternos créditos por objetos y posesiones que no llegamos a disfrutar del todo,
angustiarse porque cada día podría subir o bajar el precio de los alimentos y
vivir a la expectativa del desarrollo mientras se tenga la liquidez para
solventarlo.
Una
vida simple se resumiría en trabajar y producir lo que cada uno necesita para
vivir. Pero el mundo moderno genera nuevas necesidades que hay que costear e
incluso sin necesidad hay que pagar por vivir. Ahí tenemos los impuestos,
creados desde hace muchos siglos bajo diversos nombres, aunque la idea se ha
mantenido con el tiempo.
El
dinero es un privilegio para quien lo posee, pero el privilegio lleva consigo
una cara oculta de la que poco se habla: la esclavitud. Entre menos
autosustentable, mayor dependencia del dinero y eso te obliga a participar de
los sistemas económicos en torno al dinero.
Mi
pensamiento seguramente será erróneo para alguien que entienda de estos temas,
por eso hablo de lo que conozco en mi entorno inmediato. He trabajado, he
vivido a la sombra del dinero y he aprendido a existir más allá del dinero.
Para vivir en el alcohol hay que pagar por el alcohol, así que me encuentro
inmersa en esta red tan intricada de la que difícilmente podré salir.
En
este mundo, hay que pagar por morir e incluso se sigue pagando una vez muerto.
El dinero es el nuevo objeto-dios al que venera la humanidad, con rituales
propios justificados por una doctrina de “abundancia y bienestar”. Pues me
vomito en su doctrina porque he conocido la abundancia y el bienestar más allá
del dinero.
Hace
mucho que empeñé mi vida y no fue por dinero: buscaba una experiencia que me
hiciera ver por qué estoy viva, a pesar de mí. Y aquí estoy, en el infierno de
haber sobrevivido tantas veces, con esa sensación de culpa por ser
sobreviviente al buscar la muerte en un mundo que evita la muerte.
Tengo
el dinero suficiente (¿cuánto es “suficiente”?) para la existencia mientras
haya un poco de vida en este cuerpo. Unos le llaman diversión, otros trabajo.
Hablar de mí con desconocidos en la mesa de un bar tiene su precio: yo obtengo
dinero; ellos, un motivo para renunciar a la existencia.
Seamos
felices, lo que llaman “ser feliz”, mientras no haya impuesto por la sonrisa.
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