16 de marzo de 2019

75. El círculo


La geometría nos ha permitido ver las diversas formas que existen en el universo, en numerosos patrones que se complementan unos a otros para formar este entramado en el existimos. Pero una de las formas con mayor significancia es el círculo, representación de un dios judeocristiano que no tiene principio ni fin, que vuelve sobre sí mismo en un círculo de eternidad.

         El dios dinero también utiliza la misma forma, la arquitectura, el tiempo mismo aunque no lo advertimos, el propio ciclo de la naturaleza es un círculo que retorna sobre sí mismo de manera indefinida, hasta el cuerpo humano puede formar un círculo como lo ha demostrado Leonardo Da Vinci.
         Dante Alighieri describía un “más allá” dividido en círculos que, en el Infierno, descendían para ascender al Purgatorio y luego a los círculos del Paraíso. Una imagen similar la tenemos en “El Laberinto de Fortuna o las Trescientas”, de Juan de Mena, con círculos materializados en las tres ruedas del Pasado, Presente y Futuro y una más en alegoría de la Rueda de la Fortuna.
         El círculo también ha sido idealizado como símbolo de protección, al establecer un límite entre lo que se encuentra en su interior y los agentes externos, pero también es un símbolo de invocación: círculos de magia para convocar fuerzas externas, círculos de lectura que reúnen a individuos bajo un mismo propósito, círculos de distribución de poder como la Mesa Redonda en la tradición del Santo Grial y el Rey Arturo.
         La vida también es un círculo, aunque a la humanidad le dé por pensar que se trata de un ciclo con principio y fin donde se nace, se desarrolla y se muere, pero es un ciclo que no considera la materia generadora del recipiente. Al nacer, la línea del círculo ya venía trazada incluso desde antes del primer latido y al término de la vida, el recipiente retorna al lugar de donde vino para trascender en otras formas de vida que dan pie a un nuevo nacimiento.
         No obstante, el círculo de la vida también tiene otros círculos dentro que se superponen conforme se presentan las diversas experiencias que nos hacen asimilar nuestra existencia. Son círculos que llegan a trascenderse o nos arrastran al mismo sitio, dependiendo de la fuerza de voluntad para seguir o estancarse.
         Mi existencia yace en círculos concéntricos que me condenan a una vida que retorna sobre sí misma, en medio de la locura y la tormenta, círculos donde la voluntad pierde su libertad y solo contempla la destrucción que se repite como disco rayado.
         El alcohol me permite disolver esas fronteras circulares para ver qué hay más allá, aunque no tenga la voluntad para trascender. Y aquí estoy, sentada en el silencio, ansiando que el círculo se vuelva mariposa para morir al cabo de los días. Mi propio nombre es un círculo que no concluye y no lleva a ninguna parte.

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