La geometría nos ha permitido ver
las diversas formas que existen en el universo, en numerosos patrones que se
complementan unos a otros para formar este entramado en el existimos. Pero una
de las formas con mayor significancia es el círculo, representación de un dios
judeocristiano que no tiene principio ni fin, que vuelve sobre sí mismo en un
círculo de eternidad.
El
dios dinero también utiliza la misma forma, la arquitectura, el tiempo mismo
aunque no lo advertimos, el propio ciclo de la naturaleza es un círculo que
retorna sobre sí mismo de manera indefinida, hasta el cuerpo humano puede
formar un círculo como lo ha demostrado Leonardo Da Vinci.
Dante
Alighieri describía un “más allá” dividido en círculos que, en el Infierno,
descendían para ascender al Purgatorio y luego a los círculos del Paraíso. Una
imagen similar la tenemos en “El Laberinto de Fortuna o las Trescientas”, de
Juan de Mena, con círculos materializados en las tres ruedas del Pasado,
Presente y Futuro y una más en alegoría de la Rueda de la Fortuna.
El
círculo también ha sido idealizado como símbolo de protección, al establecer un
límite entre lo que se encuentra en su interior y los agentes externos, pero
también es un símbolo de invocación: círculos de magia para convocar fuerzas
externas, círculos de lectura que reúnen a individuos bajo un mismo propósito,
círculos de distribución de poder como la Mesa Redonda en la tradición del
Santo Grial y el Rey Arturo.
La
vida también es un círculo, aunque a la humanidad le dé por pensar que se trata
de un ciclo con principio y fin donde se nace, se desarrolla y se muere, pero
es un ciclo que no considera la materia generadora del recipiente. Al nacer, la
línea del círculo ya venía trazada incluso desde antes del primer latido y al
término de la vida, el recipiente retorna al lugar de donde vino para
trascender en otras formas de vida que dan pie a un nuevo nacimiento.
No
obstante, el círculo de la vida también tiene otros círculos dentro que se
superponen conforme se presentan las diversas experiencias que nos hacen
asimilar nuestra existencia. Son círculos que llegan a trascenderse o nos
arrastran al mismo sitio, dependiendo de la fuerza de voluntad para seguir o
estancarse.
Mi
existencia yace en círculos concéntricos que me condenan a una vida que retorna
sobre sí misma, en medio de la locura y la tormenta, círculos donde la voluntad
pierde su libertad y solo contempla la destrucción que se repite como disco
rayado.
El
alcohol me permite disolver esas fronteras circulares para ver qué hay más
allá, aunque no tenga la voluntad para trascender. Y aquí estoy, sentada en el
silencio, ansiando que el círculo se vuelva mariposa para morir al cabo de los
días. Mi propio nombre es un círculo que no concluye y no lleva a ninguna
parte.
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