La esencia de la feminidad yace
en su fuerza creativa, por eso pienso que el universo y todas aquellas deidades
a quienes se atribuye su creación deben ser producto de la feminidad. Y en
ellas mismas recae la voluntad de decidir sobre esa creatividad.
El
mundo es un granero de semillas que crecen y marchitan todos los días, semillas
en una variedad tan extensa que difícilmente podrían ser clasificadas en su
conjunto, lo que no impide ni limita su existencia, pero en muchas latitudes
son obligadas a florecer para dar nuevos frutos.
Recuerdo
que en mi infancia, cuando aún asistía a la escuela, realizamos un ejercicio
común a esa edad para tratar de germinar una semilla de frijol. Con emoción,
muchos vimos cómo esa semilla se hinchaba, abría su piel y dejaba salir una
pequeña raíz junto aun endeble tronco que al cabo de los días daría sus
primeras hojas.
Lo
que no sabíamos es que se trataba de semillas transgénicas, de esas que no
servirían a nuestro experimento casero de ver florecer la semilla para dar
nuevos frutos y, en ellos, más semillas para seguir germinando. Algunos
experimentos fracasaron antes de que la semilla llegara a hincharse: estaban
muertas desde la primera gota de humedad.
Sin
embargo, en el mundo cotidiano hay semillas que llegan a abrir su piel, dan su
primera raíz, sus primeras hojas y van madurando al cabo de los ciclos hasta
dar un nuevo fruto. Es una feminidad creativa que entrega un poco de sí en el
proceso de creación para seguir sembrando este mundo de surcos.
Esa
hubiera sido mi aspiración, pero renuncié a la niña dentro porque “polvo eres y
en barro te convertirás”. Y me quebré por dentro: no más piernas abiertas a la
gracia, no más pechos derramando miel, no más huesos, ni piel ni ojos arcaicos.
Me recorté la sombra de granada con la ilusión de ser (algo, nada, cualquier
cosa) diferente a la “mujer-silueta”.
Aquí
dentro acumulé semillas, tantas, suficientes para un ciclo de cultivo. Pero me
dije “No” y renuncié a ser granero. ¿Por qué ser una máquina de parto? Así me
dije entonces y me repito la pregunta día a con día, aún con agua corriendo en
el caudal.
Esta
semilla nació muerta y aunque pudiera germinar, “que sea mi voluntad y no la
suya”. Quiero tener el poder de decidir sobre mi propia existencia. Y si
renuncio a mi existencia, “que sea mi voluntad y no la suya”. Porque nadie más
vive esta experiencia que me habita.
Esta
feminidad creativa la ejerzo de forma diferente: la destrucción es otra forma
de creación, porque en todo orden se requiere un poco de caos y silencio.
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