Uno de los cuatro elementos
principales de la alquimia es la tierra, de la cual no existe solo una
composición, sino que muestra una enorme variedad acorde con el entorno. En
todo caso, la tierra es materia de creación o resultado de la destrucción. En
ella está contenido el tiempo y sus vestigios que den una explicación a la
humanidad.
La
palabra “tierra” nos remite por lo regular a una tierra en tonos marrón y café,
símbolo de vida y creación porque permite las actividades agrícolas. Es el
color del barro con el que se construyen adobes para erigir casas y edificios o
elaborar detalladas artesanías, como la alfarería, que después serán cocidas al
horno.
Pero
no toda la tierra es productiva, aunque existe una amplia gama de tonos cuya
utilidad varía de acuerdo con sus componentes. Hay tierra rosada muy utilizada
para la alfarería, tierra blancuzca empleada en labores de construcción, tierra
amarilla que sirve para enriquecer el abono en la agricultura, tierra roja que
difícilmente contendrá nutrientes para la siembra, tierra color crema y de
granos ásperos muy característica de las playas, tierra color chocolate con los
nutrientes esenciales para la dar nueva vida a otras plantas, tierra muy fina
en tonos ocres y anaranjados muy peculiares del desierto.
Por
supuesto que hay otras variedades, pero una en particular solo es posible
encontrarla en un lugar muy específico: la tierra de panteón, rica en
nutrientes, pero no utilizada para la generación de vida. Es una tierra que no
se toca más que para cavar una tumba y cubrir los cuerpos que han dejado este
mundo.
Y,
sin embargo, la vida se abre paso a través de la naturaleza. En esa tierra
intocable para la humanidad crece la yerba en pequeños montículos e incluso
llega a florecer si se le deja mucho tiempo. La tierra es el principio y el fin
de la vida, todo lo cubre y de todo deja constancia.
“Tierra
a la vista”, “Tierra Santa”, “así en la tierra como en el cielo”, son otras
expresiones utilizadas para la tierra, una tierra simbólica con una carga
significante diferente para cada caso. Vivimos en un planeta Tierra cuyo
noventa por ciento está compuesto por agua. Pero la tierra es vida.
Cuando
suceda la que ha de suceder, cuando suceda, la tierra abrirá sus fauces y me
devorará el cuerpo, este recipiente donde hoy habita mi espíritu, y volveré a
la nada. Mi propio nombre se volverá silencio, porque no habrá lápida para
llorarme.
La
vida no se abrirá paso sobre mi cuerpo enterrado. Seré ceniza y, como sabemos, la
ceniza no crea un fuego nuevo. ¿A qué suena el silencio enterrado en las entrañas
de la tierra?
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