El tiempo es una cosa muy
curiosa. Un invento del hombre como sistema de medición y, sin embargo, la vida
sería muy distinta si no tuviéramos conciencia del tiempo. Pensar que más allá
del pasado, presente y futuro hay otras combinaciones resulta un tanto
abrumador cuando asimilas el tiempo en el que te encuentras.
En
el pasado se conjugan la posibilidad y el hecho para tejer memorias que son y
hubieran sido, que debieron ser y que nunca fueron. Hay quienes viven una
existencia aferrados a un pasado que no pudieron “trascender” (para utilizar
los términos de la psicología Gestalt).
Muchos
piensan que nuestro pasado determina nuestro presente y compromete nuestro
futuro. Es un pensamiento relativo del cual omitimos los matices. El pasado es
otra huella en el camino y uno decide qué indicios dejamos a nuestro paso.
Mi
propio pasado ha sido tejido con hilos de espuma que se desvanecen al cabo del
tiempo. Ahí se tejieron memorias ahogadas en alcohol para prenderles fuego en
momentos de crisis. Olvidar mi pasado no es negarlo. Implica tomar distancia
porque evocarlos en el presente resulta insoportable, sin importar que después
salgan a flote nuevamente.
Es
mentira que construimos el pasado con ladrillos de futuro. Son adobes que se
desmoronan al cabo de los años y al tomarlos en nuestras manos, se hacen polvo
que se filtra entre los dedos y se los lleva el viento. Nada conservamos,
incluso las memorias se desvanecen cuando suceda lo que ha de suceder.
Construí
mi pasado con tabiques de mentiras, de fantasía y posibilidad. Un artificio que
me permitió extender los confines de mi existencia únicamente para saber hasta
dónde es tolerable esta vida sin voluntad de vivir. En el camino he pasado por
múltiples experiencias que se van sumando una a una en una cajita empapada en
alcohol.
Debería
decir que todo esto que he acumulado rendirá frutos. ¿Con qué objetivo? Todo
esto morirá conmigo y la experiencia que resulte no trascenderá porque ese es
mi deseo. Finalmente nadie experimenta en cabeza ajena. Podría hablar de este
pasado como un entramado de horizontes posibles donde ofrezca otra perspectiva
de la naturaleza humana. ¿Para qué?
Hablaría
de mí, de la loba solitaria con pelaje de invierno, que se desprende de sí, de
las capas de que le cubren y que ahoga sus memorias en alcohol para prenderles
fuego cuando llegue “el momento”. Mi nombre es Ofelia y cuando suceda lo que ha
de suceder, este nombre se volverá silencio.
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