Una de las grandes aspiraciones
del hombre ha sido vencer a la muerte. En las culturas antiguas, cuyos dioses
eran inmortales, colocaban a la humanidad en el escaño de la mortalidad y muy
pocos, solo personas extraordinarias, se convertían en semidioses que podían
prolongar el momento de la muerte. Luego vinieron las filosofías de la vida más
allá de la muerte, la vida eterna y otras ideas que minimizaran el terror que
provocaba el momento de morir.
Hubo
quien jugó a la alquimia para crear la piedra filosofal, elemento clave para el
elíxir de la vida que prolongara la existencia de manera indefinida y después
vino la ciencia con sus múltiples descubrimientos en torno a la salud que, en
teoría, deberían prolongar la vida.
Me
pregunto si este afán de vencer a la muerte no responde a ese terror que
implica la no existencia, porque se ha avanzado tanto en la expectativa de vida
que pasamos de apenas veintitantos años en la etapa primitiva a casi ochenta
años en nuestro siglo XXI. Pero prolongamos una vida que no vivimos porque
perdemos la vida en aspectos que no trascienden para nuestra existencia.
Qué
difícil debe ser para los dioses una vida eterna en la que ves nacer y morir a
tu creación por milenios que se repiten. A la larga, el tiempo se vuelve
insoportable y cualquier satisfacción se vuelve efímera al corto tiempo. Debe
ser un tedio la inmortalidad.
Incluso
si después de la muerte nos espera una vida eterna, independientemente de la
cosmogonía de nuestra doctrina, esa vida debe ser un tedio que carece de
motivos para vivir que permanezcan durante toda la eternidad. Sería más fácil
pensar que después de la muerte, nuestro espíritu vuelve a un estado de no
existencia hasta que alguien decide traerlo nuevamente al mundo.
Este
espíritu mío que me habita en este recipiente llamado cuerpo, quién sabe
cuántas vidas haya vivido, quién sabe qué tantas experiencias haya acumulado,
pero seguramente después de mí retornará a la no existencia donde olvidará esto
que hemos vivido hasta un nuevo despertar.
Una
vida de inmortalidad me parece insoportable para mí, que ni siquiera soporto la
vida mortal. En todos estos años he renunciado a la vida y a la existencia
porque no tengo voluntad para vivir ni para existir.
Y
aquí me tienen, sentada al borde de mis ojos, mirando el horizonte que se
extiende hacia la eternidad mientras me trueno los dedos en la ansiedad de mi
cabeza. He renunciado al camino de la vida para perderme en la selva del caos
que me domina.
Aquí
dentro me habitan las palabras y cuando suceda lo que ha de suceder mi propio
nombre se volverá silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario