20 de marzo de 2019

79. El hogar


Dicen que no hay lugar como el hogar: ese espacio abstracto físico temporal que nos brinda una sensación de seguridad y protección, mientras se tenga un hogar. Para quien no lo tiene, existe una frase para justificarse ante la exigencia social de un hogar-objeto: “Tu hogar está en tu corazón”.

         Supongo que quienes defienden estas ideas también buscan un hogar para la gente sin hogar o intentan transmitir ese mensaje en el que se sugiere que no es necesario un hogar-objeto cuando se tienen los medios (llámese dinero) para hacer del mundo tu propio hogar y llevar “en el corazón” esas travesías capturadas en fotografías tomadas con el teléfono celular.
         Parece una burla hablar de hogar en estos tiempos en los que existen tantas brechas de desigualdad y se confunde el poseer con el éxito y la felicidad. La contradicción y los contrastes son elementos que bien podrían definir este siglo XXI. La apariencia del confort por encima de la incomodidad de la verdad. Falta empatía a este mundo moderno.
         Podría decir que tengo un hogar si a eso le llaman tener un lugar para dormir bajo un techo que proteja de las inclemencias de la naturaleza. Pero no podría llamarlo hogar porque no habito ahí. Mi lugar está en la mesa de un bar de alguna calle en esta ciudad que parece no dormir.
         Como yo, hay quienes no tienen ese hogar-objeto ni llevan un hogar en sus corazones porque pesa más la desigualdad, la marginación, la pobreza. No es hogar el espacio debajo de un puente, el vano de un portón, el contenedor de basura mientras nadie lo utilice. No, eso no podría llamarse hogar.
         Habito en las calles, en las sombras del día y de la noche que se estampan sobre el adoquín y el concreto de la ciudad, en el ruido de la vida y el silencio de la muerte. Habito en los corazones, en las memorias y los instantes de los otros, pero aquí dentro no hay más que polvo y eco mientras en casa me aguarda la ceniza de los días.
         Un lugar llamado hogar, a eso debería aspirar de acuerdo con las exigencias sociales de este tiempo en el que existo y me niego a la existencia. Un lugar llamado hogar donde queden rastros de mis memorias, de mis días y noches aunque duelan los segundos que transcurren.
         Soy espíritu sin hogar. Mi existencia se limita a un recipiente llamado cuerpo. Reniego de mi cuerpo, de esta vida y de esta existencia en la que no me reconozco. Tengo un espejo. Tengo mil espejos y en todos habita la misma Ofelia sin voluntad para la vida y la existencia.
         Si tuviera un hogar sería el silencio: al menos ahí puedo esconderme.

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