Dicen que no hay lugar como el
hogar: ese espacio abstracto físico temporal que nos brinda una sensación de
seguridad y protección, mientras se tenga un hogar. Para quien no lo tiene,
existe una frase para justificarse ante la exigencia social de un hogar-objeto:
“Tu hogar está en tu corazón”.
Supongo
que quienes defienden estas ideas también buscan un hogar para la gente sin
hogar o intentan transmitir ese mensaje en el que se sugiere que no es
necesario un hogar-objeto cuando se tienen los medios (llámese dinero) para
hacer del mundo tu propio hogar y llevar “en el corazón” esas travesías
capturadas en fotografías tomadas con el teléfono celular.
Parece
una burla hablar de hogar en estos tiempos en los que existen tantas brechas de
desigualdad y se confunde el poseer con el éxito y la felicidad. La
contradicción y los contrastes son elementos que bien podrían definir este
siglo XXI. La apariencia del confort por encima de la incomodidad de la verdad.
Falta empatía a este mundo moderno.
Podría
decir que tengo un hogar si a eso le llaman tener un lugar para dormir bajo un
techo que proteja de las inclemencias de la naturaleza. Pero no podría llamarlo
hogar porque no habito ahí. Mi lugar está en la mesa de un bar de alguna calle
en esta ciudad que parece no dormir.
Como
yo, hay quienes no tienen ese hogar-objeto ni llevan un hogar en sus corazones
porque pesa más la desigualdad, la marginación, la pobreza. No es hogar el
espacio debajo de un puente, el vano de un portón, el contenedor de basura
mientras nadie lo utilice. No, eso no podría llamarse hogar.
Habito
en las calles, en las sombras del día y de la noche que se estampan sobre el
adoquín y el concreto de la ciudad, en el ruido de la vida y el silencio de la
muerte. Habito en los corazones, en las memorias y los instantes de los otros,
pero aquí dentro no hay más que polvo y eco mientras en casa me aguarda la
ceniza de los días.
Un
lugar llamado hogar, a eso debería aspirar de acuerdo con las exigencias
sociales de este tiempo en el que existo y me niego a la existencia. Un lugar
llamado hogar donde queden rastros de mis memorias, de mis días y noches aunque
duelan los segundos que transcurren.
Soy
espíritu sin hogar. Mi existencia se limita a un recipiente llamado cuerpo.
Reniego de mi cuerpo, de esta vida y de esta existencia en la que no me
reconozco. Tengo un espejo. Tengo mil espejos y en todos habita la misma Ofelia
sin voluntad para la vida y la existencia.
Si
tuviera un hogar sería el silencio: al menos ahí puedo esconderme.
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