Es frecuente que en los momentos
de mayor caos se solicite la ayuda de una entidad superior que haga realidad
esa esperanza de un mejor escenario para la propia vida. Similar a la oración,
a menudo como complemento, la plegaria objetiviza aquellas tribulaciones que la
persona sienta que le afectan más bajo las circunstancias en las que se
encuentra.
La
Psicología dirá que el primer paso es nombrar aquello que nos afecta. Al darle
un nombre lo objetivizamos, le quitamos la abstracción y definimos sus límites.
La plegaria es un proceso similar en momentos (me atrevería a decir) de
desesperación, de caos, de malestar, como si la flor de la vida cerrara sus
pétalos y se encerrara en sí misma para no ver la luz del sol.
En
términos prácticos, la plegaria es una solicitud de cambio de circunstancia,
una especie de oración en la que se reconoce un malestar (todo lo que podamos
entender por “malestar”), pero desconocemos cuál es la solución frente a esa
circunstancia.
Pero
pedir es fácil, lo complicado es saber utilizar lo que nos es dado para cambiar
nuestras circunstancias. Con frecuencia la plegaria (la solicitud) oculta la
respuesta que yace en nuestro entorno, que depende de nuestra voluntad y
estamos tan ciegos que pasamos sin ver esa respuesta.
La
plegaria se convertiría entonces en la solicitud de una señal, un indicio que
nos lleve a esa respuesta, como una guía de los pasos a seguir para cambiar de
circunstancia. Y, sin embargo, incluso con el mapa dispuesto, si no se tiene la
voluntad para cambiar de circunstancia, la plegaria es hablar frente al espejo
con una venda en los ojos.
Cuando
esa circunstancia que nos afecta llega a cambiar, hay quien da gracias porque
sus plegarias tuvieron respuesta, sin advertir que uno mismo llegó a esa respuesta
porque la plegaria objetivizó la circunstancia que nos afectaba. Así se
refuerzan las creencias en una entidad superior.
Hay
quien piensa que yo debería elevar mis plegarias (a la entidad que sea) por la
oportunidad de tener un día más de vida para encontrar motivos que me aferren a
la existencia. Nada más errado. Mis plegarias son una solicitud (a la entidad
que sea) para que pronto se terminen los motivos de mi existencia.
Sobrevivo
a pesar de mí y es esa la circunstancia que más me afecta, porque mi
pensamiento no coincide con mis emociones y esta esencia encerrada por condena
en este recipiente llamado cuerpo se ha cansado de alimentarse con tanta
amargura porque no puedo otorgarle momentos de felicidad.
La
verdad es que esos instantes hace mucho que ya no ocurren y espero que no se
repitan. Duelen, por efímeros. Busco el silencio de la noche para perderme en
el fulgor de las estrellas. Ahí se perderá mi nombre.
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