Se ha dicho que la felicidad no
es la meta, sino el camino. Pensar así daría pauta a conducirse únicamente a
partir de las experiencias agradables que encontremos en el trayecto (¿trayecto
a dónde?, ¿cuál sería el destino?), ignorando por completo las experiencias
que, a pesar de no ser agradables, también forman parte importante de la vida.
En
mi ebriedad, transito por cualquier vereda sin estar a la expectativa. Y lo que
venga hay que afrontarlo con dignidad, con entereza y disposición para
aprender. Andar a ciegas es un poco cruel si consideramos que el avance puede
ser lento e incluso dejarse orientar únicamente por una experiencia agradable
puede ser una trampa, como las ratoneras.
Caminar
sin una venda en los ojos, viendo todos los matices que hay en este mundo, nos
permite avanzar más rápido, con un escenario más completo de lo que
encontraremos en cada vereda y con la oportunidad de elegir si aventurarnos por
esa ruta o escoger otro sendero.
Con
frecuencia aprendes más de las experiencias negativas, cuando hay disposición
para aprender. Te permiten conocer dónde está el error y evitarlo en adelante,
en caso de repetirse la experiencia, mientras que la experiencia agradable
impide este conocimiento y, cuando llega a presentarse la experiencia negativa,
uno tiende a culpar a un factor externo por su propia desgracia.
Por
eso cuestiono tanto el falso optimismo que te imprime la doctrina moderna de la
felicidad. ¿Por qué en nuestros días ha prosperado tanto la literatura de
autoayuda? Porque este mundo ha impuesto como regla un estado de felicidad como
aspiración última, por encima de cualquier aspiración personal, y aquellos que
nos encajamos en ese modelo tenemos un problema que hay que resolver, porque
“debemos” ser felices.
Pero
volvamos a los supuestos orígenes de la humanidad, ahí donde la Antropología
parece tener la clave a nuestras aspiraciones básicas. Quizá el razonamiento de
nuestros parientes más lejanos no era tan complejo para entender alguna idea de
felicidad y, sin embargo, se orientaban a través de las experiencias en el
camino, positivas y negativas. Aprendieron.
¿Cuál
sería su idea de felicidad y por qué la hemos ignorado en este mundo moderno? A
la humanidad de hoy le hace falta mirar al pasado y cuestionarse por el origen
de toda felicidad, lo más básico, lo más instintivo, lo más primitivo. En ese
origen puede estar la respuesta que con seguridad no encontraremos en un libro
de superación personal, en cuyas páginas solo habita una mentira que nos hace
sentir mejor de manera temporal.
Mi
felicidad yace en el olvido, por eso es inalcanzable. Mi condena es recordar
todos los detalles, especialmente de las experiencias negativas. La vida te
curte y en las cicatrices está inscrita la historia personal.
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