2 de enero de 2019

2. El llamado


La primera piel se desvanece al cabo de los días para dar paso a una nueva armadura que nos proteja del entorno hostil al que nos traen al nacer. Tal vez por eso el llanto desde el primer momento en que llegamos a este mundo y durante la mayor parte de esa infancia imposible de recuperar.

         Te traen al mundo y te arrojan a sus fauces creyendo que con amor (lo que llaman “amar”) podrás sortear los avatares de la vida, aun en contra de tu voluntad, porque (hay que decirlo) nacer no es un acto de voluntad, sino de egoísmo y te obligan a creer que es un acto de amor para justificar su codependencia porque la soledad de la existencia les parece insoportable.
         La vida se trata de entender la voluntad perdida en el acto de nacer y abandonar las capas formadas al cabo de los años. La muerte, en última instancia, sería el retorno a un estado de No-Existencia que contraviene el propósito impuesto de valorar la vida como un acto de amor. Pero también es posible la No-Existencia como un acto de voluntad, en una especie de renuncia que resulta chocante a quienes han sobrevalorado la vida.
         Aquí dentro la memoria habita unas venas destinadas a morir y en cada latido se diluye lo que queda de certeza porque el mundo llega a ser una realidad insoportable. Lo más fácil sería somatizar esta existencia con una especie de manual para la vida (textos que abundan hoy en día), pero la vida duele y te curte con distintas experiencias a menudo difíciles de soportar. Sin embargo, recuérdese que la vida es un acto de amor, aunque duela.
         Me he negado a normalizar esta violencia. A través de la renuncia, acudo al llamado de la No-Existencia acelerando el proceso con cada abandono. Ahogo la memoria en alcohol para no llevarme la violencia de la vida cuando cruce el umbral de la existencia. Por eso mi rechazo a establecer lazos afectivos con otros seres que, conscientes o no, también están condenados a la misma circunstancia.
         Sublimar la violencia de la vida y obligarte a dar gracias como si este “acto de amor” fuera un sacrificio me parece intolerable. Un verdadero “acto de amor” sería respetar la voluntad de la No-Existencia y evitar la violencia de la vida para una esencia que no aspira a nacer. Pero aquí estamos, en un camino que no elegimos, con la consigna de “ser feliz” (cualquier cosa que eso signifique) porque esa es la doctrina, el credo, el día a día impuesto para las más de 7 mil millones de esencias que transitamos por este mundo, sin importar la voluntad.
         Por eso mi renuncia. La trascendencia no está en la violencia de la vida.

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