La primera piel se desvanece al
cabo de los días para dar paso a una nueva armadura que nos proteja del entorno
hostil al que nos traen al nacer. Tal vez por eso el llanto desde el primer
momento en que llegamos a este mundo y durante la mayor parte de esa infancia
imposible de recuperar.
Te
traen al mundo y te arrojan a sus fauces creyendo que con amor (lo que llaman
“amar”) podrás sortear los avatares de la vida, aun en contra de tu voluntad,
porque (hay que decirlo) nacer no es un acto de voluntad, sino de egoísmo y te
obligan a creer que es un acto de amor para justificar su codependencia porque
la soledad de la existencia les parece insoportable.
La
vida se trata de entender la voluntad perdida en el acto de nacer y abandonar
las capas formadas al cabo de los años. La muerte, en última instancia, sería
el retorno a un estado de No-Existencia que contraviene el propósito impuesto
de valorar la vida como un acto de amor. Pero también es posible la
No-Existencia como un acto de voluntad, en una especie de renuncia que resulta
chocante a quienes han sobrevalorado la vida.
Aquí
dentro la memoria habita unas venas destinadas a morir y en cada latido se
diluye lo que queda de certeza porque el mundo llega a ser una realidad
insoportable. Lo más fácil sería somatizar esta existencia con una especie de
manual para la vida (textos que abundan hoy en día), pero la vida duele y te
curte con distintas experiencias a menudo difíciles de soportar. Sin embargo,
recuérdese que la vida es un acto de amor, aunque duela.
Me
he negado a normalizar esta violencia. A través de la renuncia, acudo al
llamado de la No-Existencia acelerando el proceso con cada abandono. Ahogo la
memoria en alcohol para no llevarme la violencia de la vida cuando cruce el
umbral de la existencia. Por eso mi rechazo a establecer lazos afectivos con
otros seres que, conscientes o no, también están condenados a la misma
circunstancia.
Sublimar
la violencia de la vida y obligarte a dar gracias como si este “acto de amor”
fuera un sacrificio me parece intolerable. Un verdadero “acto de amor” sería
respetar la voluntad de la No-Existencia y evitar la violencia de la vida para
una esencia que no aspira a nacer. Pero aquí estamos, en un camino que no
elegimos, con la consigna de “ser feliz” (cualquier cosa que eso signifique) porque
esa es la doctrina, el credo, el día a día impuesto para las más de 7 mil
millones de esencias que transitamos por este mundo, sin importar la voluntad.
Por
eso mi renuncia. La trascendencia no está en la violencia de la vida.
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