18 de enero de 2019

18. La sombra


Se ha dicho que una de las diferencias entre los vivos y los muertos es que los segundos no proyectan una sombra. Y, sin embargo, las personas en vida parecen no ser conscientes de su sombra en la cotidianidad. En este mundo de imágenes, quizás la fotografía es de las pocas profesiones que presta atención a este detalle, porque para ellos el mundo es un juego de luces y sombras (similar a lo que ocurre en el arte).

         Cabalgo con mi sombra en el diario trajinar y en mi ebriedad, miro mi sombra proyectada sobre la mesa de un bar para recordarme que aún tengo vida. Miro la silueta que proyectan mis cabellos largos, a veces el perfil de mi rostro, con una nariz un poco tosca.
         Pero mi sombra no puede devolverme el reflejo de mis ojos como lo hace el espejo cada mañana. Es la evocación de una idea (un cuerpo), como el mito de la Caverna que describía Platón. Representa los límites de este recipiente, imita sus movimientos, sus formas y trayectos, pero es solo una vaga representación de esta esencia.
         Una sombra, aunque condenada a la existencia de un cuerpo, no tiene vida propia al menos en el mundo conocido. La literatura (la ficción) es punto y aparte. Y hoy el cine nos muestra otro aspecto sobre el mundo de las sombras que únicamente explota ese temor primitivo y ancestral a lo desconocido.
         En este mundo de sombras, hay quienes buscan la luz. Otros prefieren la belleza. Lo cierto es que la sombra es una esencia que deriva de nuestra propia existencia. Mi propia sombra sin mí no existiría. Más nítida a la luz, se difumina e las horas de la noche y solamente la luz artificial creada por el hombre puede continuar con su existencia.
         Pero es de noche cuando la sombra despierta el temor de nuestra mente. Andamos por las calles bajo esa luz artificial, mirando nuestra sombra a cada paso que juega con la distancia de los faroles que cambian la perspectiva en la que se proyecta nuestra sombra, que llega un punto en el que una sombra ajena a nuestros cuerpos incluso nos paraliza.
         Es una adrenalina que nos recorre y por instinto buscamos el origen de esa sombra porque es una existencia que invade nuestro entorno sin mostrar la cara. En algunos casos, la sombra corresponde con el miedo. En otros, los menos, la risa sale a flote cuando advertimos que es solo otra extensión de nuestra sombra, proyectada en otra perspectiva por la distancia con otra luminaria.
         En el fondo, la sombra nos da cierto consuelo sobre nuestra existencia. Nos recuerda la vida que permanece y se transforma en este cuerpo en el que existimos. Nos acompaña desde el momento de nacer y nos abandona con la muerte. Pero amar la sombra es amar la idea que proyectamos sobre nosotros mismos. Una variante del mito de Narciso. La sombra, finalmente, es un mito adaptado a nuestra propia circunstancia.

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