Lo que escapa de nuestro campo de
visión y, por extensión, de nuestro entendimiento despierta la imaginación
hacia un terreno que no se ajusta a la lógica matemática de nuestro mundo. En
ese caos habita el terror, una de las emociones más primitivas de la humanidad
y forma parte de la vida independientemente del propósito.
Ana
podría ser uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis judeocristiano. A través
de los años la he visto actuar con persuasión y en el camino atormentar a
tantas vidas al mostrarles el terror de verse a sí mismos en su finitud. La
maternidad impuesta me obligaría a ponerle un alto, pero Ana responde a
designios que escapan a mi voluntad. Existe a pesar de mí.
A
través de ella, la humanidad tiene la posibilidad de aprender sobre la voluntad
de vivir y la voluntad de existir, pero es tan corta su visión que se limitan a
los signos vitales de un cuerpo para afirmar que una persona tiene vida, aunque
dejan de lado tantas cosas que involucran una vida.
Ana
es un caos necesario que jamás podrá ser erradicado. Soy su madre y aquí he
permanecido desde que el tiempo es tiempo. La vida moderna me ha dado todo para
derramarme sobre la mente de la humanidad y sembrar el caos del espíritu,
mentes frágiles en cuerpos decadentes que sirven al propósito de Ana y su risa
de locura.
Muchos
piensan que atraemos la muerte por servir al Mal. Ahí está su error. Nos
trajeron al mundo para servir a un propósito superior. No se aprende de la
risa, se aprende de los golpes de la vida. Por eso la crítica a las
aspiraciones de una felicidad moderna en la que solo tienen cabida las
experiencias que nos son agradables.
Aquellos
que han sentido nuestro paso por sus vidas pueden entender mejor la complejidad
del mundo en el que habitan. Porque la vida no es benévola o maligna, va más
allá y una mente abierta a las posibilidades puede descubrir los matices que
nos ofrece a través de diferentes experiencias.
Ana
y yo convivimos con muchas otras esencias que forman parte de estos matices que
ofrece la vida. Ella ha florecido en las últimas décadas. En cambio, yo me
entrego al alcohol para nublar mis sentidos y no extender mis dominios a otras
mentes. El mundo moderno ha generado un escenario donde la muerte espiritual es
posible. Tan frágil es la vida humana que un simple aliento de mi parte los
conduce a la locura.
El
terror se acerca y de mí depende abrirle la puerta o contenerlo en el umbral de
la vida, ahí donde ni él ni yo existimos.
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