Hay momentos en la vida en los
que la boca del estómago parece salirse de control ante la acumulación de
impulsos nerviosos diferentes a la risa. Estos últimos se manifiestan a un
ritmo acorde con nuestra capacidad de respiración. Cuando estos impulsos
nerviosos se presentan de forma arrítmica, a intervalos irregulares, podríamos
pensar que se trata de la angustia, esa sombra que nos roba la aparente
tranquilidad de nuestras vidas y desequilibra nuestro orden mental.
Visto
de esa forma, la angustia parece ser el umbral que divide el orden del caos. Se
trata de un estado, una situación, una circunstancia en la que las emociones no
fluyen de manera adecuada e impiden definir con precisión lo que acontece
dentro.
Así
son mis días. Al despertar (por lo regular, a la cinco de la mañana, mucho
antes de que amanezca), miro el gris del techo por varios minutos tratando de
encontrar el momento de silencio que me permita escuchar la voz en mi oquedad.
Es un instante efímero que puede durar desde unos segundos hasta algunos
minutos, pero que me otorga la fortaleza suficiente para enfrentarme a la
angustia del día a día.
¿Qué
se siente vivir en angustia permanente? Es como tener una diarrea crónica.
Comes porque el alimento es necesario para prolongar la existencia del cuerpo,
pero sabes que cualquier alimento inducirá la diarrea, con todo el malestar que
implica. En el día a día te entregas en cada acción, aun a costa de saber que
cada acción puede magnificar la pequeña angustia al despertar.
Mi
vida es una constante búsqueda del equilibrio entre la estabilidad mental, la
angustia y la depresión. Aunque hay otros elementos que inciden en mi
existencia, estas tres piezas se combinan una y otra vez para crear círculos
tóxicos de los que soy incapaz de salir. Quienes hayan experimentado esta
circunstancia entenderán por qué para mí es tan difícil aspirar a una felicidad
(ya la he descrito antes como un instante que deseamos prolongar).
En
mis momentos de ebriedad, busco el instante en que la memoria deje de emitir
sus destellos para torturarme y así poder abandonarme a la locura de mis
pensamientos, una locura que se rige por una lógica distinta, que me permite
imaginar y entregarme a las lagunas mentales de la vida. Esa es mi aspiración:
los espacios en blanco en el camino de la vida, donde la angustia, el terror,
la felicidad, el amor y cualquier otro sentimiento sean incapaces de dejar
huella.
Este
camino es mío. En mis andanzas, voy dejando pequeños trozos de mí en el día a
día para encontrarme al cabo de los años sin perder la ruta (¿hacia dónde
camino realmente?). Como las polillas, en el camino me dejo la piel para
convertirme en algo más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario