20 de enero de 2019

20. La angustia


Hay momentos en la vida en los que la boca del estómago parece salirse de control ante la acumulación de impulsos nerviosos diferentes a la risa. Estos últimos se manifiestan a un ritmo acorde con nuestra capacidad de respiración. Cuando estos impulsos nerviosos se presentan de forma arrítmica, a intervalos irregulares, podríamos pensar que se trata de la angustia, esa sombra que nos roba la aparente tranquilidad de nuestras vidas y desequilibra nuestro orden mental.

         Visto de esa forma, la angustia parece ser el umbral que divide el orden del caos. Se trata de un estado, una situación, una circunstancia en la que las emociones no fluyen de manera adecuada e impiden definir con precisión lo que acontece dentro.
         Así son mis días. Al despertar (por lo regular, a la cinco de la mañana, mucho antes de que amanezca), miro el gris del techo por varios minutos tratando de encontrar el momento de silencio que me permita escuchar la voz en mi oquedad. Es un instante efímero que puede durar desde unos segundos hasta algunos minutos, pero que me otorga la fortaleza suficiente para enfrentarme a la angustia del día a día.
         ¿Qué se siente vivir en angustia permanente? Es como tener una diarrea crónica. Comes porque el alimento es necesario para prolongar la existencia del cuerpo, pero sabes que cualquier alimento inducirá la diarrea, con todo el malestar que implica. En el día a día te entregas en cada acción, aun a costa de saber que cada acción puede magnificar la pequeña angustia al despertar.
         Mi vida es una constante búsqueda del equilibrio entre la estabilidad mental, la angustia y la depresión. Aunque hay otros elementos que inciden en mi existencia, estas tres piezas se combinan una y otra vez para crear círculos tóxicos de los que soy incapaz de salir. Quienes hayan experimentado esta circunstancia entenderán por qué para mí es tan difícil aspirar a una felicidad (ya la he descrito antes como un instante que deseamos prolongar).
         En mis momentos de ebriedad, busco el instante en que la memoria deje de emitir sus destellos para torturarme y así poder abandonarme a la locura de mis pensamientos, una locura que se rige por una lógica distinta, que me permite imaginar y entregarme a las lagunas mentales de la vida. Esa es mi aspiración: los espacios en blanco en el camino de la vida, donde la angustia, el terror, la felicidad, el amor y cualquier otro sentimiento sean incapaces de dejar huella.
         Este camino es mío. En mis andanzas, voy dejando pequeños trozos de mí en el día a día para encontrarme al cabo de los años sin perder la ruta (¿hacia dónde camino realmente?). Como las polillas, en el camino me dejo la piel para convertirme en algo más.

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