La noche nos devuelve a un estado
primitivo del ser en el que es posible sentir miedo, angustia, terror, pánico
sobre aquello que representa y se oculta en la oscuridad que le acompaña. Lo
desconocido altera nuestra percepción cuando no se muestra a la luz de la
verdad, de ahí la constante búsqueda de iluminar la noche entera en las grandes
urbes, donde la vida parece concentrarse ahí donde habita la luz.
Bajo
este escenario, amanecer y ocaso se manifiestan como los puntos de frontera
entre la luz y la oscuridad, cada uno con su propia carga de representación.
Mientras el amanecer ha sido más relacionado con la esperanza, la vida, la
felicidad (aquello que han llamado “felicidad”), el ocaso ha sido vinculado más
con el cierre de ciclos, la pérdida, la muerte.
Quizá
mi percepción no es la adecuada, pero veo en el ocaso una coloración diferente
al amanecer. Mientras en el segundo se advierten los colores de la vida, en el
primero nuestro cielo se viste con la violencia del día y la atrapa en las fauces
de la noche. Vivimos tanto tiempo en la luz que nos ciega frente a la violencia
cotidiana que transcurre al cabo de las horas y aunque el ocaso nos ofrece
tonalidades maravillosas y hasta cierto punto hermosas, refleja la violencia
que nos negamos a ver a la luz del día.
La
luz del ocaso también puede herir la vista y es más agresiva con aquellos ojos
que han visto demasiado. La luz penetra cegadora y se incrusta en las redes de
la memoria para remover los puntos que han quedado sueltos. Tal vez por eso el
ocaso despierta recuerdos que aún no cierran su ciclo y nos estrujan el alma en
una especie de llamado.
Mi
vida ha transcurrido en esos puntos de frontera, en los espacios de
indeterminación donde los grados de luz son los mismos entre amanecer y ocaso,
aunque la realidad de las cosas les otorgue una coloración diferente. A veces
pienso que el amanecer es una especie de engaño porque existe la necesidad
(primitiva) de una esperanza luego de atravesar los umbrales de la noche. ¿Qué
sería de la humanidad sin la esperanza?
Y,
sin embargo, el ocaso también anuncia lo que aguarda en la oscuridad de las
horas, una oscuridad que alberga otro tipo de vida, pero esta pasa inadvertida
para los ojos acostumbrados a la luz. A mi parecer, hay que temer más a la luz
que a la sombra porque es en la noche donde la violencia del día cura las
heridas para ofrecer un amanecer que brinde esperanza a la humanidad.
En
última instancia, temer el ocaso es temer a la violencia que hemos provocado y
que otorga esa tonalidad característica al ocaso. Es temerse a sí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario