Cada mañana, como parte de la
rutina, llega el momento de mirarnos al espejo antes de enfrentarnos a la
crueldad del día. Es un lapso en el que tenemos la oportunidad de observar a
detalle nuestro propio reflejo y asumir la otredad que nos habita, pero el
tiempo no da tregua y el mundo nos mantiene a la carrera sin detenernos a
asimilar estos detalles.
Se
ha dicho que el reflejo es una especie de doble regido por otra naturaleza, a
menudo opuesta a la que vivimos en la cotidianidad, bajo reglas maniqueas que
dividen el blanco del negro y a cada parte dan su contenido de bondad y maldad.
Sin embargo, el mundo es algo más allá de una dualidad.
Pensar
que alguien es absolutamente bueno o completamente malo es dejar de lado tantos
matices que reflejan la compleja naturaleza humana (perdón por tanta
adjetivación, pero es indispensable para ofrecer esos matices). Un doble es uno
mismo y, al mismo tiempo, un “otro” que nos permite analizar el sí mismo cuando
hay disposición para observar.
Mirarse
a sí mismo a través de un doble (de un “otro”) es la oportunidad de conocerse a
detalle y nos da una idea de esa persona que hemos construido en la cabeza de
los demás, pues a menudo creemos ser de una forma y en la realidad nos hemos
proyectado de otra manera en la mente de los demás.
La
autocrítica es la antesala para ver a detalle ese doble (ese “otro”) proyectado
en el reflejo. Quizá por ese motivo rara vez nos detenemos a observarnos en el
espejo con una mentalidad crítica. Para muchos es incómodo ver su reflejo y, a
través de él, hacer una autocrítica, acostumbrados a la vanidad, el decoro y
las palabras de oropel. La percepción puede ser engañosa, incluso para uno
mismo.
En
mi caso, cada vez que miro mi reflejo (mi doble, mi “otro”) me esfuerzo por ver
a la persona que se ha construido en la cabeza de los demás (inserte aquí su
lista de calificativos para el alcoholismo), pero no dejo de pensar en la
persona que creo ser: alguien que evita el contacto humano porque ha sufrido
demasiado; persona impulsiva, neurótica, con estados de humor cambiante; que
prefiere la inmediatez y la improvisación a la planificación y el orden;
alguien que se cuestiona su realidad inmediata y cuya maldición radica en ver
todos los escenarios posibles antes de que ocurran, una Casandra del siglo XXI.
No
temo a mi reflejo ni a mi doble ni a mi “otro”. Sería temer una parte que
identifica a mi persona. En cambio temo no encontrarme en el espejo, que este
reflejo sea una esencia trasmutada por la alquimia en algo que desconozca. Temo
mirar algo diferente en mis propios ojos. Ahí es donde Ana nos habita.
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