En el camino de la vida vamos
dejando pequeños indicios de nuestro paso que corresponden a las diferentes
experiencias que afrontamos. En mi ebriedad, pienso que la felicidad no deja
huellas, mientras que las experiencias negativas (en su diversidad) dejan
rastros profundos e indelebles que nos hacen volver una y otra vez sobre
nuestros pasos.
Una
consigna que siempre tengo presente para los demás dice: “me querrás con
cicatrices porque antes de ti hubo una historia y ni tú ni yo borraremos lo que
he sido”. Esas cicatrices pueden tomarse de manera literal o figurada. Una
cicatriz es la huella que dejó el pasado para no olvidar una experiencia. Era
dolor antes de ser cicatriz y mucho antes del dolor era nada.
Hay
cicatrices físicas que se ocultan en la extensión del cuerpo y nos recuerdan
las numerosas experiencias vividas: una operación, una caída, un corte
accidental, una herida autoinfligida. Pero hay otro tipo de cicatrices que se
llevan en el alma, cicatrices espirituales que marcan nuestra memoria y
envuelven nuestros pensamientos.
Las
palabras son una gran fuente de donde surgen este tipo de cicatrices. Abren
heridas imperceptibles al ojo humano hasta que ya es muy tarde para revertir su
daño. Cuando una herida espiritual trasciende al espacio físico ya es casi
imposible de suturar, pues es indicio de que nunca alcanzó a cicatrizar.
En
ese contexto, una cicatriz recuerda no solo la experiencia, sino que también es
huella de esa experiencia que hemos trascendido. Cuando no se logra la
cicatriz, algo anda muy mal y se corre el riesgo de perderse en las heridas.
Si
me preguntaran por mis cicatrices, cada una tiene su historia y a través de
estas líneas hago un esbozo de todo aquello que produjo las heridas. Pero hay
otras huellas que nunca llegaron a cicatrizar y el alcohol ha sido mi respuesta
para ahogar las heridas en un intento por evitar su huella.
Las
heridas más perceptibles dejaron rastro en la extensión de mis brazos. Con tres
intentos de suicidio, las heridas autoinfligidas me recuerdan el dolor de estar
viva porque no soporto la existencia (es demasiada para un cuerpo tan
minúsculo).
En
momentos de crisis (la vida es un vaivén) he tomado navajas de afeitar para
hacerme pequeños cortes sobre la piel y ver cómo el rojo óxido (incluso el
óxido podría definir el aroma de la sangre) se derrama y me libera por unos
instantes de este vacío que no encuentra sosiego.
Si
la vida es un verano que pronto se marchita como el otoño, mi vida ha sido un
invierno permanente. ¿Faltó amor?, ¿faltó afecto?, ¿falto empatía y
sensibilidad para comprender el mundo? Aquí dentro faltó voluntad para vivir y
para existir.
La
vida también es una cicatriz.
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