22 de enero de 2019

22. El duelo


Si algo nos dejó el siglo XX fue la Tanatología, es cúmulo de conocimientos empíricos que somatizan la mente para eso que llaman “dejar ir”. Sin embargo, ¿cómo desprenderse de algo que nunca fue tuyo? “Dejar ir” no es opción cuando eres consciente de que a este mundo se viene sin posesiones y un partirá de la misma forma.

         ¿Por qué duele entonces? Creo que no duele el objeto, el recipiente, ni siquiera la esencia que dejamos ir. En la vida usualmente formamos vínculos emocionales con todo ello, pequeños hilos que tejen una urdimbre para cada caso y ese entramado es la representación del vínculo forjado.
         “Dejar ir” es darse cuenta de que la urdimbre soltó los puntos y en las manos solo nos quedan los hilos que tejían el entramado, hilos que se escurren como el agua y nos dejan una sensación en las palmas sin constatar la esencia de manera concreta.
         Mi vida no ha generado esos vínculos que uno esperaría. Son escasos, no por selectos. He evadido cualquier contacto para evitar emociones no deseadas. No obstante, a pesar de esas escasez de vínculos, me he enfrentado al duelo, ese proceso de pérdida a menudo difícil de delimitar para comenzar la asimilación del vacío que queda detrás.
         Muchos podrán considerarme insensible. No tengo la obligación de compartir mi propio dolor. Si no lo expreso, no me culpen. Cada quién reserva su dolor para las presencias que valora y en mi caso el duelo no es un proceso fácil donde puedas abrirte el corazón (o lo que quede de él) a cualquiera. Uno debería mostrarse vulnerable únicamente en quienes ha depositado esos lazos de confianza, lazos que en algún momento también se perderán en un nuevo proceso de duelo.
         Hoy he perdido vínculos que me arrastran a un proceso de duelo. Hoy entiendo a esas mujeres que decidieron dar en adopción a sus hijos o abortar. Una persona es algo más que un número, algo más que sus decisiones. Con frecuencia olvidamos que las circunstancias también nos construyen en el día a día.
         Uno deposita fragmentos de sí en las vidas de los demás. Algunos tienen la esperanza de que esos fragmentos germinen y rindan frutos al cabo del tiempo. Los menos creemos que en el camino vamos nos vamos dejando la vida en los fragmentos que se desprenden por los golpes de la misma vida, sin esperanza, sin la promesa de un horizonte más amable en ojos ajenos.
         La vida te curte de formas que a veces no imaginamos. Pueden ser experiencias duras, nunca sencillas. Uno mismo es su propia expectativa. ¿Hasta dónde tejemos los vínculos con el mundo?, ¿hasta dónde somos capaces de soportar el duelo?

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