19 de enero de 2019

19. El cuerpo


Decía Juvenal: “mente sana en cuerpo sano”. La expresión encierra en sí misma una aspiración o un ideal para una humanidad en equilibrio. Salud mental y salud corporal se combinarían para un prototipo de “persona”. En mi caso, no tengo el privilegio de poseer ambas. Esta mente enferma habita en un cuerpo enfermo.

         Disculparán que me remita tantas veces a Wislawa Szymborska, pero su legado retrata una realidad cotidiana sobre la cual pocas veces reflexionamos. La Nobel de literatura escribía que “vivir significa estorbar”. Y si consideramos que la gran enfermedad del siglo XXI es la depresión, podríamos considerar que al menos el 60% de la población en el mundo no entra en la máxima de Juvenal.
         ¿Por qué las enfermedades mentales se han disparado en el mundo moderno? No tengo la respuesta. Únicamente puedo hablar de mi circunstancia, tal vez similar a la que viven otras personas que lleguen a leer estas líneas. En todo caso, lo particular no puede ser una respuesta a lo general. Sería un error convertir mi caso en una generalidad.
         Hay quienes consideran que el cuerpo es un templo sagrado y, como tal, hay que conservarlo en condiciones dignas, a la altura de lo que representa. No dudo de esta afirmación, sin embargo, hay quienes adoran a un ídolo diferente en sus templos. Un ejemplo es Ana, albergada en numerosos cuerpos que no comparten la idea generalizada de una mente sana en un cuerpo sano.
         En mi caso, reconozco mi malestar, pero también la voluntad para aferrarme a él. Solo aquellos en quienes falta la voluntad para vivir y la voluntad para existir podrán entender esta circunstancia. La vida a veces puede considerarse un regalo, ¿y por qué hemos de ser condenados quienes consideramos que “vivir significa estorbar”?
         Habitamos un cuerpo que no nos pertenece. Al final del camino, en el ocaso, este cuerpo que en todo y nada se transforma desaparecerá con nuestro nombre, nuestro rostro y las palabras nunca dichas. Es un recipiente de la esencia no nombrada, aquello que nos da la voluntad para vivir y la voluntad para existir.
         “Vivir significa estorbar” porque este cuerpo en el que habitamos ocupa un tiempo y un espacio con todo lo que implica una vida y una existencia. Puede ser una presencia agradable. Puede ser también una presencia incómoda. Pero es la percepción de los “otros”. Una visión abyecta, ajena a nosotros mismos y al doble en el espejo.
         Hay cuerpos en los que no nos reconocemos. Huimos de él, de ese cuerpo que muestra una esencia con la que no nos identificamos. Y en este mundo también habitamos aquellos que renunciamos a esos cuerpos, un recipiente hecho a la medida de otra esencia. La No-Existencia es un acto de rebeldía. Renunciar al cuerpo es la praxis de una doctrina aún no conocida. “Vivir significa estorbar”. La vida también es un estorbo.

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