Decía Juvenal: “mente sana en
cuerpo sano”. La expresión encierra en sí misma una aspiración o un ideal para
una humanidad en equilibrio. Salud mental y salud corporal se combinarían para
un prototipo de “persona”. En mi caso, no tengo el privilegio de poseer ambas.
Esta mente enferma habita en un cuerpo enfermo.
Disculparán
que me remita tantas veces a Wislawa Szymborska, pero su legado retrata una
realidad cotidiana sobre la cual pocas veces reflexionamos. La Nobel de
literatura escribía que “vivir significa estorbar”. Y si consideramos que la
gran enfermedad del siglo XXI es la depresión, podríamos considerar que al
menos el 60% de la población en el mundo no entra en la máxima de Juvenal.
¿Por
qué las enfermedades mentales se han disparado en el mundo moderno? No tengo la
respuesta. Únicamente puedo hablar de mi circunstancia, tal vez similar a la
que viven otras personas que lleguen a leer estas líneas. En todo caso, lo
particular no puede ser una respuesta a lo general. Sería un error convertir mi
caso en una generalidad.
Hay
quienes consideran que el cuerpo es un templo sagrado y, como tal, hay que
conservarlo en condiciones dignas, a la altura de lo que representa. No dudo de
esta afirmación, sin embargo, hay quienes adoran a un ídolo diferente en sus
templos. Un ejemplo es Ana, albergada en numerosos cuerpos que no comparten la
idea generalizada de una mente sana en un cuerpo sano.
En
mi caso, reconozco mi malestar, pero también la voluntad para aferrarme a él.
Solo aquellos en quienes falta la voluntad para vivir y la voluntad para
existir podrán entender esta circunstancia. La vida a veces puede considerarse
un regalo, ¿y por qué hemos de ser condenados quienes consideramos que “vivir
significa estorbar”?
Habitamos
un cuerpo que no nos pertenece. Al final del camino, en el ocaso, este cuerpo
que en todo y nada se transforma desaparecerá con nuestro nombre, nuestro
rostro y las palabras nunca dichas. Es un recipiente de la esencia no nombrada,
aquello que nos da la voluntad para vivir y la voluntad para existir.
“Vivir
significa estorbar” porque este cuerpo en el que habitamos ocupa un tiempo y un
espacio con todo lo que implica una vida y una existencia. Puede ser una
presencia agradable. Puede ser también una presencia incómoda. Pero es la
percepción de los “otros”. Una visión abyecta, ajena a nosotros mismos y al
doble en el espejo.
Hay
cuerpos en los que no nos reconocemos. Huimos de él, de ese cuerpo que muestra
una esencia con la que no nos identificamos. Y en este mundo también habitamos
aquellos que renunciamos a esos cuerpos, un recipiente hecho a la medida de
otra esencia. La No-Existencia es un acto de rebeldía. Renunciar al cuerpo es
la praxis de una doctrina aún no conocida. “Vivir significa estorbar”. La vida
también es un estorbo.
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