12 de enero de 2019

12. La locura


Yo ya estaba muerta desde antes de nacer y aunque tuviera la voluntad de venir al mundo, mi existencia se hubiera seguido negando porque la vida duele, te curte en soledad, y sobrevivir bajo esas circunstancias es andar por la vida con fragmentos de uno mismo por doquier, tratando de no perder una sola pieza.

         Mi vida no ha sido un lecho de rosas, con la felicidad un día sí y otro también. He enfrentado batallas que pocos se atreven a librar y un escaso porcentaje sobrevive ante ese escenario. La mayoría dejamos de pertenecernos y nos abandonamos al azar del camino, con una lógica de pensamiento más abyecta que las reglas de este mundo. Nos llama la locura y esa es nuestra condena.
         Pensar en la locura, para muchos, significa un estado mental que no se ajusta al orden matemático que rige a la humanidad. Pero a lo largo de la historia conocida hemos tenido muestras de lo contrario, estados mentales justificados por una doctrina. Así tenemos a los grandes místicos que escribieron grandes pensamientos inmersos en un éxtasis “divino” (cualquier cosa que eso signifique).
         ¿Por qué en unos casos la locura deja de serlo para la humanidad? Esa locura describe otra parte de la naturaleza humana. Quizá la escritura es parte del proceso de traducción de esa locura para ajustarse a las reglas del entendimiento humano y ahí radicaría el motivo por el cual otro tipo de locuras no serían justificables, locuras que han sido relegadas a centros de salud mental (hospitales psiquiátricos) porque no ha sido posible encontrar el código que descifre su lógica de pensamiento.
         Esa es mi batalla cotidiana. Viví por muchos años en un centro de ese tipo hasta que descubrí la escritura como código para traducir esta locura. Y, sin embargo, la humanidad se niega a ver esta realidad que nos habita. Temer a lo desconocido es temerse a sí mismo. Ahí radica la importancia de conocerse, aunque pocos se atrevan a indagar. El premio por sobrevivir es el claustro de la No-Existencia.
         Cada dos días mis venas albergaban un coctel de fármacos que me mantenían en un espacio de indeterminación. Muerta en vida. Viva, pero sin una existencia. Fui el canal para traer al mundo (sin voluntad) a una criatura terrible, invisible a los ojos que se niegan a ver, pero mortal en cualquier caso, peligrosa por su capacidad de reproducirse e incrustarse en la mente de la gente, letal si se le alberga demasiado tiempo.
         Su nombre es Ana y me ha dado toda una estirpe de muertos en vida.

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