Movimiento. Inspiración.
Motivación. Pulsión. Pasión. Son algunos de los nombres que hemos dado a esa
búsqueda que nos mantiene en el camino, una mezcla de caos y orden donde la
creatividad sale a escena y transforma nuestro mundo en múltiples experiencias
sensoriales. En teoría, la finalidad de esa búsqueda sería la felicidad.
Siguiendo
este razonamiento, a veces me pregunto cuál sería mi momento de felicidad. Pienso
que para mí ya no existe la felicidad. Era un instante, en una mesa de un bar
que hoy ya no existe. Quizá por eso envidio a aquellos cuya felicidad radica en
las posesiones. Al menos estas duran más e incluso nos sobreviven.
Por
eso mi búsqueda de bar en bar, tratando de encontrar ese momento de felicidad
(perdida). Se ha dicho que uno retorna a los lugares donde fue feliz. ¿Y yo qué
hago cuando ese lugar ya no existe? En el fondo sé que por más que busque,
ningún bar me ofrecerá la experiencia que viví, porque hoy me encuentro en
circunstancias diferentes.
La
última vez que estuve en aquel bar me recuerdo en mi ebriedad sobre la barra,
en soledad, apenas con la vista suficiente para distinguir un billete de otro.
Pero bebía una copa tras otra, ansiando con todas mis fuerzas la pérdida de
conciencia para no volver a pensarle más. ¿Amor? No: la posibilidad.
Desde
entonces y en todos estos años me he negado a la felicidad. Le he cerrado la
puerta, he puesto mil candados para que no penetre en esta vida. Una mente
plena, que tenga la posibilidad de experimentar la felicidad una y otra vez,
por muy efímera que esta sea, le otorga una sensación de completud incompatible
con la creatividad.
Para
crear se requiere un entorno de insatisfacción, porque ese vacío nos conduce a
la búsqueda de “algo”, cualquier cosa. Nos mantiene en movimiento, un elemento
fundamental para no tener una vida estática, en aparente zona de confort. ¿Qué
sería de las grandes obras que hoy admiramos si sus creadores no hubieran
transitado por esa insatisfacción?
Pero
la búsqueda es difícil de entender para quien mira lejos y no concentra su
mirar en los pasos diarios. Anhelan el amanecer cuando no ha ocurrido ni
siquiera el ocaso. Son como los propósitos de Año Nuevo. Se fijan metas en un
lapso de un año, pero se olvidan de establecer las metas a corto plazo, del día
a día, que construyan paso a paso el camino hacia la consecución de la meta.
¿Ahora
entienden por qué tanto fracaso, por qué me río de sus buenas intenciones? La
búsqueda no responde a sueños y utopías. Hay una aspiración fundada en una
experiencia previa. Hoy, después de tantos años, mi búsqueda me conduce a la
extinción y el exilio. No tengo más. Soy un cuerpo finito que en todo y nada se
transforma. Porque al final de todo, incluso el nombre se volverá silencio.
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