En el entramado de la vida hay
ciertos puntos en los que tenemos la sensación de cargar con demasiadas cosas,
más de las que podemos sobrellevar, y con frecuencia nos es difícil explicar en
palabras lo que ocurre dentro. Con el perdón de los literatos contemporáneos,
pero al estar bajo esas circunstancias resulta complicado describir nuestro
estado sin recurrir a la adjetivación. Uno puede preguntar “¿qué se siente?” y
responder en su lugar a “¿cómo se siente?”.
Hace
tiempo comencé a creer que la vida se manifiesta en ciclos de siete años y en
cada ciclo uno se transforma al pasar por diferentes etapas, como las orugas
que devienen mariposas, aunque en mi caso vine al mundo en las alas de la
polilla. En estos ciclos siempre habrá ese punto al que me he referido y
normalmente se presenta en un lapso muy cercano al clímax.
Como
en la narrativa, en un mismo ciclo puede haber varios clímax; por ende, también
es posible experimentar en diversos momentos esa sensación de cargar con
demasiadas cosas, como una especie de prueba que nos reta a continuar en el
caos de la vida o tirar la toalla. Cada ciclo puede ser el mismo, nosotros
somos quienes vivimos bajo diferentes circunstancias.
Por
eso tenemos la sensación de que las pruebas de la vida son cada vez más duras
de afrontar y, sin embargo, son las mismas pruebas que se manifiestan desde el
momento de venir al mundo y hasta la hora del ocaso. La cuestión es que en cada
prueba nosotros nos encontramos en un estado diferente. De ahí la idea de que la
vida se repite y camina sobre sus propios pasos una y otra vez.
Pero
volvamos al instante en que sentimos que cargamos demasiado. Con frecuencia
arrastramos en el camino pequeñas cosas del día a día que vuelven más pesado el
viaje. Y entre más elaborado el entramado de la vida, mayor es la carga que nos
atormenta. El principal consejo de quienes cobran por mostrarte frente al
espejo es aprender a soltar las cargas que no nos corresponden. Yo difiero.
En
mi locura, ando por la vida con las manos vacías, únicamente con la carga de mi
pensamiento. Es una sensación de oquedad que me recorre y me permite escuchar
qué ocurre dentro. Por eso muchos creen que estoy ausente, pero en el fondo
escucho el entorno y la oquedad que me habita. Ambas realidades a menudo no se
corresponden, se repelen mutuamente, con frecuencia entran en conflicto, pero
el silencio es sabio y al final te permite el entendimiento.
Sentada
en la mesa de aquel bar donde conocí el amor, no me arrepiento de lo ocurrido
(y lo no vivido). Cruzar la urdimbre con tejidos ajenos también implica asumir
una carga que no nos pertenece. Hay quienes dicen tener la voluntad, la fuerza
y las resistencia para hacerlo. En mi caso, depositar una carga en mis manos es
correr el riesgo de aventarla en el camino.
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