Entendemos el mundo actual como
un listado de cifras y estadísticas que nos ofrecen un panorama de las
distintas realidades que coexisten en un mismo entorno. Esta visión
reduccionista quita un tanto de trascendencia a la persona. Somos más que un
número o una estadística.
En
ese afán de clasificar (herencia de la taxonomía científica) para entender el
mundo, hemos perdido capacidad de análisis y cada vez damos menos importancia a
las circunstancias de cada individuo para generalizar en tipologías que no
describen, sino que “normalizan” una generalidad como un estándar al que
deberíamos aspirar. Es ajustar al individuo a un molde y no a la inversa.
Sin
embargo, sucede que con frecuencia nos desenvolvemos en sociedad bajo distintos
velos de apariencia e incluso nos mostramos con distintos grados de verdad. El
siglo XXI y su interacción a través de las redes sociales ha permitido crear
una historia para cada individuo. Es una ficción inspirada en una realidad y
disponemos de múltiples aplicaciones para reforzar esa identidad.
Escribo
esto como mero reflejo de mi pensamiento, una idea que puede no corresponder
con mi identidad ni mi expresión ni mi apariencia. Me encuentro en un estado
permanente de vulnerabilidad y, sin embargo, proyecto una coraza de amazona,
aunque por dentro soy pura incertidumbre. En conjunto, me muestro en la cabeza
de los otros como una presencia incomoda, abyecta, que juega con otras reglas
para la lógica de este mundo.
Bajo
estas circunstancias, los “otros” se han forjado una idea de mí, una verdad que
me representa en la dinámica de proyección/introyección/imaginación que puede
distar poco o mucho de esa verdad en la que me percibo. De eso trata la
apariencia: de abarcar los diferentes espectros en los que la vida y la
existencia se manifiestan en la relación que construimos con la sociedad, los
“otros” que también nos construyen bajo su idea de verdad.
La
apariencia tiene sus grados de verdad, pero también oculta una ficción sobre la
representación. Mi punto de referencia es el nombre, Ofelia, y la sucesión de
experiencias acumuladas en el camino de la vida, trayecto en el que se han
formado vínculos sociales (o antisociales) que también me construyen una
identidad, sea consciente o no de ella.
En
el fondo, la apariencia puede ser un punto intermedio entre el Yo construido en
mi cabeza y el Yo construido en la cabeza de los “otros”. Ni verdad ni mentira.
Ficción. Realidad alterna. Otro mundo en el que la persona puede “ser” más allá
de un número.
En
mi locura, entiendo la apariencia como otra posibilidad de “ser”, una posibilidad
que me permite encajar en este mundo sin abandonar mi propia esencia. ¿Para
“ser” hay que “parecer”?
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