23 de enero de 2019

23. La apariencia


Entendemos el mundo actual como un listado de cifras y estadísticas que nos ofrecen un panorama de las distintas realidades que coexisten en un mismo entorno. Esta visión reduccionista quita un tanto de trascendencia a la persona. Somos más que un número o una estadística.

         En ese afán de clasificar (herencia de la taxonomía científica) para entender el mundo, hemos perdido capacidad de análisis y cada vez damos menos importancia a las circunstancias de cada individuo para generalizar en tipologías que no describen, sino que “normalizan” una generalidad como un estándar al que deberíamos aspirar. Es ajustar al individuo a un molde y no a la inversa.
         Sin embargo, sucede que con frecuencia nos desenvolvemos en sociedad bajo distintos velos de apariencia e incluso nos mostramos con distintos grados de verdad. El siglo XXI y su interacción a través de las redes sociales ha permitido crear una historia para cada individuo. Es una ficción inspirada en una realidad y disponemos de múltiples aplicaciones para reforzar esa identidad.
         Escribo esto como mero reflejo de mi pensamiento, una idea que puede no corresponder con mi identidad ni mi expresión ni mi apariencia. Me encuentro en un estado permanente de vulnerabilidad y, sin embargo, proyecto una coraza de amazona, aunque por dentro soy pura incertidumbre. En conjunto, me muestro en la cabeza de los otros como una presencia incomoda, abyecta, que juega con otras reglas para la lógica de este mundo.
         Bajo estas circunstancias, los “otros” se han forjado una idea de mí, una verdad que me representa en la dinámica de proyección/introyección/imaginación que puede distar poco o mucho de esa verdad en la que me percibo. De eso trata la apariencia: de abarcar los diferentes espectros en los que la vida y la existencia se manifiestan en la relación que construimos con la sociedad, los “otros” que también nos construyen bajo su idea de verdad.
         La apariencia tiene sus grados de verdad, pero también oculta una ficción sobre la representación. Mi punto de referencia es el nombre, Ofelia, y la sucesión de experiencias acumuladas en el camino de la vida, trayecto en el que se han formado vínculos sociales (o antisociales) que también me construyen una identidad, sea consciente o no de ella.
         En el fondo, la apariencia puede ser un punto intermedio entre el Yo construido en mi cabeza y el Yo construido en la cabeza de los “otros”. Ni verdad ni mentira. Ficción. Realidad alterna. Otro mundo en el que la persona puede “ser” más allá de un número.
         En mi locura, entiendo la apariencia como otra posibilidad de “ser”, una posibilidad que me permite encajar en este mundo sin abandonar mi propia esencia. ¿Para “ser” hay que “parecer”?

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