Hay quien afirma que “todo tiempo
pasado fue mejor”. Otros más convierten la afirmación en duda: “¿todo tiempo
pasado fue mejor?”. Los menos consideran lo opuesto. Pero el mundo moderno (la
mercadotecnia, las grandes empresas) han encontrado su mina de oro justamente
en el mercado de la nostalgia. La atracción hacia ese tiempo con el que
generamos vínculos es a lo que llamo añoranza.
Si
pensáramos en términos del tiempo, el futuro es una promesa que aún no se
cumple, frágil, que no tiene bases sólidas y está sujeto a muchas variables. El
presente es el agua que se escapa de nuestras manos y solo nos deja la
sensación de algo que fue y ya no es. Solo el tiempo pasado es una certeza de
hecho, únicamente modificable (hasta el momento) por la percepción y los
tejidos de la memoria.
En
el pasado encontramos (o tal vez no) eso que yo llamo “felicidad”, la búsqueda
de un instante con el deseo de prolongarlo. Apelar al pasado es aferrarse a ese
momento que nos dio una sensación de felicidad. Sin embargo, al ser la memoria
tan frágil, deposita sus hilos en pequeños objetos cotidianos que formaron
parte de nuestro entorno. De ahí el gran éxito del llamado “mercado de la
nostalgia”.
Esa
estrategia de mercado despierta vínculos que estaban dormidos para traer a la
memoria del presente la felicidad del pasado. Pero este esquema no captura el
momento añorado, solamente lo evoca. Y por muchas estrategias que se pongan en
marcha para tratar de conseguirlo, jamás será posible.
Olvidamos
que en aquel tiempo el Yo se encontraba bajo ciertas circunstancias
específicas, escenarios que distan del Yo presente, el que ha sido curtido por
las experiencias vividas y que nos ofrece otra madurez mental, emocional y
espiritual. Es encontrarse por unos instantes con el niño (la niña) interior y
recordar qué era importante para nosotros en aquel entonces, una relevancia que
el tiempo nos hizo olvidar.
Por
lo regular la añoranza trae a nuestra memoria instantes fugaces, fragmentados,
ni siquiera completos o en una secuencia cronológica. Es más una sensación que
una fotografía. Pero añoramos las memorias que nos traen sensaciones
agradables. No se añora lo que duele, al contrario, se repele.
Mi
añoranza yace anclada en la esquina de los ojos, mirando las manos y los pies
de la gente por si algún día encuentro las formas que en el pasado me otorgaron
un instante de felicidad. Más allá del fetichismo implícito, está la inquietud
de encontrar de nuevo esas formas que me lleven a experimentar ese instante,
sin importar de quién se trate.
La
añoranza se trata de placeres sencillos que rompen la complejidad de nuestro
pensamiento adulto. Esos pies y esas manos corresponden a una noche en que mi
vida perdió el hilo de la cordura. La locura, mi locura, también tiene su
historia.
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