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Hace unos días fui invitada a una
ceremonia de graduación (por supuesto, no acudí; no soy muy afecta a esos
rituales y menos cuando la invitación viene de un desconocido a quien has dado
consejo en la mesa de un bar durante tantos años). Mi ausencia no fue
impedimento para leer a detalle la tarjeta invitación: Ofelia.
En
su diseño interior habían incluido el llamado “Juramento de Hipócrates”, el
cual la generación de graduados debía asumir en su vida profesional como
doctores al servicio de la gente, procurando siempre la vida digna de los
pacientes (¿qué es una vida digna en este sistema económico de terror?).
Mi
pensamiento divagó tras la lectura, como suele ocurrir cada vez que algo sale
de mi cotidianidad para llamar mi atención. Si bien cada profesión actualmente
tiene su propio juramento (incluso las instituciones, de cualquier tipo), esta
fórmula tiene otro origen, me atrevería a decir.
Pongamos
como ejemplo aquella famosa frase del caxcán Tenamaxtle: “hasta mi muerte o la
tuya”. Es solo una expresión que no requiere más allá de un renglón y, sin
embargo, es un juramento que involucra una consigna de destino: una persona
hace una promesa ante una segunda persona, promesa que involucra una
circunstancia que será A o B.
Esta
fórmula viene de patrones anteriores en algunas culturas de Oriente Medio y que
con el tiempo se generalizaron por Occidente. Se trataba de afirmar algo como
una meta o una promesa ante un testigo (involucrado o no con la circunstancia),
aunque se incluía una cláusula de advertencia en caso de incumplimiento. “Hasta
mi muerte”, entonces, sería esa promesa mientras que “o la tuya” sería la
advertencia (en todo caso también podría ser a la inversa).
Recientemente
leí otro ejemplo llamativo al respecto: el “Juramento Inquebrantable” entre
Severus Snape y Narcissa Malfoy en la saga de Harry Potter, escrito por J.K.
Rowling. Con la magia como elemento crucial para el cumplimiento de una
promesa, ambos personajes realizan este juramento que involucra el cumplimiento
de una meta o, en caso de incumplir, la muerte de quien jura.
En
nuestra cotidianidad hay juramentos más mundanos, aunque se trata de la misma
fórmula, jurar por alguien o algo que determinada circunstancia es afirmativa o
negativa y en caso de ser lo contrario a lo jurado, que se cumpla una
sentencia, que normalmente es el daño o afectación sobre la persona o cosa
involucrada en el juramento.
¿He
jurado? Sí, una sola vez, y aún vivo la condena.
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