Uno de los animales que me ha
causado mayor fascinación es la ballena, habitando en las profundidades del
mar, con sus enormes ojos que parecen haber visto las maravillas de los océanos
desde tiempos inmemorables, viviendo en el silencio de su propia soledad.
Tal
vez es la idea que me he forjado sobre las ballenas, aunque es cierto que
algunas especies viven en grupos o colonias y de cuando en cuando se dejan ver,
especialmente cuando hacen el recorrido migratorio anual hacia aguas más cálidas
para el ritual del apareamiento.
Hay
culturas que han dedicado a las ballenas ciertos rituales y les han considerado
seres sagrados (recordemos el filme “Paikea”, cuya canción principal
interpretada por Lisa Gerrard es un hermoso lamento que parece provenir de las
profundidades del mar).
Sin
embargo, en oriente y en los países nórdicos existen otras tradiciones y
prácticas que históricamente han reducido el número de estos animales: la caza
de ballenas, práctica que continúa en nuestros días a pesar de las
restricciones de organismos internacionales para prohibir la cacería de
ballenas.
Algunas
especies se han extinguido y otras sobreviven con esa amenaza, una maravilla de
animal que no dimensionamos como humanidad. Es el claro ejemplo de que el propio
ser humano será su propia condena porque no toma consciencia de que está
acabando con la base de la vida en todas sus formas.
La
ballena me recuerda en muchos aspectos a los elefantes, con lapsos de gestación
muy prolongados, animales de gran cuerpo, con ojos enormes y tristes, animales
que parecen contener una memoria más amplia que la del ser humano y recuerdan
muchas veces los agravios cometidos por la humanidad contra los de su especie.
Tal
vez por eso buscan su soledad, alejarse de cualquier otro contacto y vivir así,
en soledad o en grupos, para tratar de recuperar al menos un poco de lo que
fueron antes de la intervención agresiva y amenazante del ser humano.
Si
existiera la reencarnación, a veces pienso que me gustaría volver a la vida
como una ballena, pero en cuanto emerge ese pensamiento se esfuma con las
imágenes de la cacería de ballenas y la maldad de la humanidad frente a estas
maravillas. Y aunque nunca las he visto en persona, saber que existen aún y
conocer un poco de ellas me identifica.
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