17 de noviembre de 2019

297. El susurro


Parecería imperceptible, casi inexistente y, sin embargo, existe porque se le ha dado un nombre. Diferente del suspiro, el susurro no solo es una especie de exhalación que parecía contenida por cualquier motivo. En ese suspiro, el susurro puede llevar la articulación de sonidos y palabras que se desearía no hacerlas audibles, pero que escapan de nosotros con una voluntad.

         Hay quienes hablan en susurros, algunos porque están obligados bajo cierta circunstancia (pienso en quienes hablan de esa forma durante una misa, en un velorio, en el hospital, en un salón de clases mientras el profesor o profesora está a media lección frente al alumnado, en una reunión, en la oficina, en alguna conversación que pretende no levantar curiosidad en oídos ajenos, en fin).
         No obstante, hay otros casos de personas que hablan así por circunstancias diferentes, como si en su historial cargaran con algún remordimiento por haber hablado alguna vez en voz alta, por haber dicho algo impropio o que atentaba contra los principios y las voluntades de otros, por sentir vergüenza de su propia voz e incluso por temas más mundanos como temer un mal aliento (a tal grado que hablan ocultando su boca con una mano).
         Pero nuestra cotidianidad se ve trascendida por otro tipo de susurros que no se encuentran en el día a día, sino en el imaginario (individual y colectivo, dependiendo de la doctrina, la fe, la tradición y otros factores) que nos hace pensar en el susurro de “algo” que puede existir “más allá”, algo que no es evidente, ni siquiera tangible, y que a pesar de todo genera sensaciones de presencia en nuestro entorno.
         Hablo de esencias que no son comprobables en la dimensión de realidad en la que existimos, entidades a las que han llamado fantasmas, espíritus (con la connotación más semejante al primer término), demonios, algún dios e incluso la propia muerte. Convendría escuchar “Dead Letters”, de Diamanda Galás, para entender a qué me refiero con este otro tipo de susurros.
         En mi caso, en la soledad de mi refugio, escribo mientras leo en susurros lo que estoy escribiendo, como en este momento y a cualquier hora del día en el que me siente a escribir. Es una práctica que me permite escucharme (apenas el esbozo) sin llegar a escuchar del todo. Una práctica que quizás otros también empleen en su cotidianidad, porque es una forma de saberse real, vivo, con una existencia que confirme que lo escrito tiene un dueño.
         ¿Qué es la vida sino un susurro?

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