Parecería imperceptible, casi
inexistente y, sin embargo, existe porque se le ha dado un nombre. Diferente
del suspiro, el susurro no solo es una especie de exhalación que parecía
contenida por cualquier motivo. En ese suspiro, el susurro puede llevar la
articulación de sonidos y palabras que se desearía no hacerlas audibles, pero
que escapan de nosotros con una voluntad.
Hay
quienes hablan en susurros, algunos porque están obligados bajo cierta
circunstancia (pienso en quienes hablan de esa forma durante una misa, en un
velorio, en el hospital, en un salón de clases mientras el profesor o profesora
está a media lección frente al alumnado, en una reunión, en la oficina, en
alguna conversación que pretende no levantar curiosidad en oídos ajenos, en
fin).
No
obstante, hay otros casos de personas que hablan así por circunstancias
diferentes, como si en su historial cargaran con algún remordimiento por haber
hablado alguna vez en voz alta, por haber dicho algo impropio o que atentaba
contra los principios y las voluntades de otros, por sentir vergüenza de su
propia voz e incluso por temas más mundanos como temer un mal aliento (a tal
grado que hablan ocultando su boca con una mano).
Pero
nuestra cotidianidad se ve trascendida por otro tipo de susurros que no se
encuentran en el día a día, sino en el imaginario (individual y colectivo,
dependiendo de la doctrina, la fe, la tradición y otros factores) que nos hace
pensar en el susurro de “algo” que puede existir “más allá”, algo que no es
evidente, ni siquiera tangible, y que a pesar de todo genera sensaciones de
presencia en nuestro entorno.
Hablo
de esencias que no son comprobables en la dimensión de realidad en la que
existimos, entidades a las que han llamado fantasmas, espíritus (con la connotación
más semejante al primer término), demonios, algún dios e incluso la propia
muerte. Convendría escuchar “Dead Letters”, de Diamanda Galás, para entender a
qué me refiero con este otro tipo de susurros.
En
mi caso, en la soledad de mi refugio, escribo mientras leo en susurros lo que
estoy escribiendo, como en este momento y a cualquier hora del día en el que me
siente a escribir. Es una práctica que me permite escucharme (apenas el esbozo)
sin llegar a escuchar del todo. Una práctica que quizás otros también empleen
en su cotidianidad, porque es una forma de saberse real, vivo, con una
existencia que confirme que lo escrito tiene un dueño.
¿Qué
es la vida sino un susurro?
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