16 de noviembre de 2019

290. El bufón


Hubo un tiempo (hace mucho, aunque el periodo duró cerca de diez siglos) en el que se confundían las figuras del juglar, el trovador y el bufón. Parecían vinculados en una misma persona y únicamente tenían un propósito: el entretenimiento de los “otros”.

         Incluso el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española parece fusionar los términos sin distingo, lo que me hace pensar en aquellas personas que ofrecían un espectáculo completo de interpretación, actuación, talento, artificio y divertimento.
         En el “Vitalis”, en todo caso, tuvimos muchos personajes así, incluyéndome (aunque nunca me ha gustado hablar de mi experiencia sobre el escenario). No fui la primera ni seré la única. Ya desde hace muchos siglos, mucho antes de que surgieran los términos “trovador”, “juglar” y “bufón” había otros personajes de la vida mundana que desempeñaban ese papel.
         Recuérdese la antigua Grecia y sus anfiteatros que hasta hoy sobreviven aunque sean ruinas, escenarios donde grandes talentos dieron paso a la tragedia y la comedia, pero para montarse en los coturnos debían desarrollar habilidades propias de un artista del divertimento.
         Escribían, creaban, actuaban, se maquillaban para elaborar el artificio que condujera la imaginación del espectador a la historia contada en versos, declamada o interpretada como una melodía (incluso me atrevería a afirmar que ahí surgieron los primeros entreactos de los cuales ya he hablado en esta misma plataforma).
         Los tiempos actuales han materializado las tres figuras en una sola: el imitador-comediante. El drama fue cortado de tajo y se mantuvo la comedia, la cual germinó hasta convertirse en un entretenimiento burdo, vulgar (a veces hasta ofensivo), sin mayor creatividad que aprovecharse del morbo de la gente para despertar risas y burlas a costa de violentar la integridad de muchos.
         En el “Vitalis” jamás se llegó a ese grado. Cada espectáculo se preparaba con antelación, era todo un oficio de recreación con el objetivo de entretener sanamente a los espectadores. Y aquí seguimos, algunos ocultos en los rincones donde moran las sombras y otros más desde el escenario, donde la iluminación hace brillar la vestimenta cubierta en lentejuelas y un tremendo maquillaje de artificio.
         Pero al final de todo, cada uno esconde a un bufón que es motivo de entretenimiento del “otro” sin siquiera buscarlo. Ante la burla de la diferencia, buscamos la disidencia. No más.

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