Hubo un tiempo (hace mucho,
aunque el periodo duró cerca de diez siglos) en el que se confundían las
figuras del juglar, el trovador y el bufón. Parecían vinculados en una misma
persona y únicamente tenían un propósito: el entretenimiento de los “otros”.
Incluso
el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española parece fusionar los
términos sin distingo, lo que me hace pensar en aquellas personas que ofrecían
un espectáculo completo de interpretación, actuación, talento, artificio y
divertimento.
En
el “Vitalis”, en todo caso, tuvimos muchos personajes así, incluyéndome (aunque
nunca me ha gustado hablar de mi experiencia sobre el escenario). No fui la
primera ni seré la única. Ya desde hace muchos siglos, mucho antes de que
surgieran los términos “trovador”, “juglar” y “bufón” había otros personajes de
la vida mundana que desempeñaban ese papel.
Recuérdese
la antigua Grecia y sus anfiteatros que hasta hoy sobreviven aunque sean
ruinas, escenarios donde grandes talentos dieron paso a la tragedia y la
comedia, pero para montarse en los coturnos debían desarrollar habilidades
propias de un artista del divertimento.
Escribían,
creaban, actuaban, se maquillaban para elaborar el artificio que condujera la
imaginación del espectador a la historia contada en versos, declamada o
interpretada como una melodía (incluso me atrevería a afirmar que ahí surgieron
los primeros entreactos de los cuales ya he hablado en esta misma plataforma).
Los
tiempos actuales han materializado las tres figuras en una sola: el
imitador-comediante. El drama fue cortado de tajo y se mantuvo la comedia, la
cual germinó hasta convertirse en un entretenimiento burdo, vulgar (a veces
hasta ofensivo), sin mayor creatividad que aprovecharse del morbo de la gente
para despertar risas y burlas a costa de violentar la integridad de muchos.
En
el “Vitalis” jamás se llegó a ese grado. Cada espectáculo se preparaba con
antelación, era todo un oficio de recreación con el objetivo de entretener
sanamente a los espectadores. Y aquí seguimos, algunos ocultos en los rincones
donde moran las sombras y otros más desde el escenario, donde la iluminación
hace brillar la vestimenta cubierta en lentejuelas y un tremendo maquillaje de
artificio.
Pero
al final de todo, cada uno esconde a un bufón que es motivo de entretenimiento
del “otro” sin siquiera buscarlo. Ante la burla de la diferencia, buscamos la
disidencia. No más.
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