Roca de gran valor (semejante a
un cristal una vez que ha pasado por un largo proceso de transformación), un
diamante ha cobrado mayor valor con el paso del tiempo al ser una piedra rara,
por la baja frecuencia con la que se encuentra y su poca disponibilidad en la
minería.
Con
múltiples usos en la vida cotidiana, especialmente con motivos ornamentales
reservados para ciertas élites, el diamante también se ha empleado para
simbolizar el valor de algo o alguien: por extraño, por su rareza, por su valía
frente a un promedio, por el fulgor que despide, en fin.
Algunas
personas son llamadas “diamante” por reunir estas características, aunque a
veces tengo la impresión de que estamos sobrevalorando y hace falta mirar con
diferentes perspectivas, pues más allá de los rasgos enlistados, un diamante
puede ser bello y atractivo, aunque duro y frío.
Y
sin embargo, al ser una piedra preciosa, comparte esta misma categoría con las
esmeraldas, los rubís, los zafiros, amatistas y demás rocas similares, solo que
la humanidad parece dar mayor valor a aquellas cosas o personas más claras, más
brillantes, sin tomar en cuenta estos otros elementos que les hacen igual de
comunes que sus pares.
Si
me preguntaran si he visto un diamante en mi vida, no sabría decirlo con
certeza. He visto piedras preciosas, pero ignoro si son reales o ficticias.
Cierto es que atraen y maravillan a la vista, pero así funciona la belleza:
solo existe para ser contemplada y únicamente existe mientras haya un ente que
dé sentido a su existencia mientras es contemplada.
Un
poco se parece al sonido y al silencio. Mientras no exista alguien que les
escuche, ¿existen?
Si
clasificáramos a las personas con su símil como piedras preciosas, yo sería
piedra de río: común, poco llamativa, inútil para propósitos ornamentales, pero
seguiría existiendo independientemente de que haya o no otros ojos para
contemplarme. Mi existencia no estaría determinada por las virtudes de mi
belleza (que las rocas de río también las tienen), sino por pertenecer a un
“algo” que me sobrepasa y de lo cual no puedo desprenderme.
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