Aquí dejo testimonio
de la herencia en el espejo,
de la risa frenética en la cama
–ahogada
en llanto–
presea de un sueño ya perdido.
Tan calva la sonrisa,
mi corazón, granada abierta a la
frescura
–desparramada–
tan púrpura semilla para “ser”.
Por darle alas al tiempo
me olvidé de conservar las mías
y en cada paso eché raíces
y amarré mi cuerpo al horizonte
–¡oh, grave decadencia!–
destino-fuego,
alada
florescencia
en la cárcel de mi boca.
¿A qué sabe el camino?
A terciopelo sabe
–de
noche–
a cerro quemado en la matriz;
sabe la lluvia tersa en la
nostalgia,
a gris me sabe, como la vida
aparte
–punto–
palabra arcaica es lo que sabe.
Y cuando todo pase
–cuando
todo pasa–
de mí no quedará ni el nombre.
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