Fue en mis tiempos de educación
secundaria cuando tuve mi primer acercamiento a la mitología. Todos los días al
volver de la escuela vaciaba mis preguntas ante Rebeca con la esperanza de que
ella tuviera las respuestas a mis lagunas de conocimiento. Pero ella era
mortal.
Con
el tiempo aprendí que por mucho estudio, los grados académicos no necesariamente
otorgan más o menos inteligencia, aunque el mundo moderno así nos clasifique.
¿Qué sería de mí con apenas la educación secundaria terminada, pero más de
veinte libros publicados (varios con premios internacionales)?
Incluso
hay un callejón (de Santo Domingo, me parece que le han llamado) donde se
falsifican los títulos académicos como parte de un sistema de corrupción en el
que un papelito habla más que el propio intelecto.
¿Nací
inteligente?, ¿he desarrollado mi inteligencia?, ¿soy inteligente? Preferiría
el término “astuta”, que no es lo mismo que inteligente. Intuitiva, guiada por
corazonadas (aunque no tenga corazón), analítica, que cuestiona su entorno a
cada instante.
Hace
tiempo hablé en este espacio sobre la estulticia. Las apariencias engañan y uno
puede hacerse pasar por ignorante tan solo por el gusto de “jugar” con quien
pretende dominar el juego. Eso es astucia, mas no intelecto, ese que nos han
enseñado a venerar en las pilas de libros amontonadas sobre libreros, páginas y
páginas de conocimiento (la mayoría escritos por varones) sin que se desarrolle
la propia capacidad de discernimiento.
Prefiero
seguir pasando por una bruta ignorante que alardear de intelecto y derramar mis
saberes ancestrales sobre la contemporaneidad. Al final, cuando suceda lo que
ha de suceder, seremos yo y mi silencio.
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