30 de noviembre de 2019

326. El intelecto


Fue en mis tiempos de educación secundaria cuando tuve mi primer acercamiento a la mitología. Todos los días al volver de la escuela vaciaba mis preguntas ante Rebeca con la esperanza de que ella tuviera las respuestas a mis lagunas de conocimiento. Pero ella era mortal.

         Con el tiempo aprendí que por mucho estudio, los grados académicos no necesariamente otorgan más o menos inteligencia, aunque el mundo moderno así nos clasifique. ¿Qué sería de mí con apenas la educación secundaria terminada, pero más de veinte libros publicados (varios con premios internacionales)?
         Incluso hay un callejón (de Santo Domingo, me parece que le han llamado) donde se falsifican los títulos académicos como parte de un sistema de corrupción en el que un papelito habla más que el propio intelecto.
         ¿Nací inteligente?, ¿he desarrollado mi inteligencia?, ¿soy inteligente? Preferiría el término “astuta”, que no es lo mismo que inteligente. Intuitiva, guiada por corazonadas (aunque no tenga corazón), analítica, que cuestiona su entorno a cada instante.
         Hace tiempo hablé en este espacio sobre la estulticia. Las apariencias engañan y uno puede hacerse pasar por ignorante tan solo por el gusto de “jugar” con quien pretende dominar el juego. Eso es astucia, mas no intelecto, ese que nos han enseñado a venerar en las pilas de libros amontonadas sobre libreros, páginas y páginas de conocimiento (la mayoría escritos por varones) sin que se desarrolle la propia capacidad de discernimiento.
         Prefiero seguir pasando por una bruta ignorante que alardear de intelecto y derramar mis saberes ancestrales sobre la contemporaneidad. Al final, cuando suceda lo que ha de suceder, seremos yo y mi silencio.

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