A veces uno piensa que el mundo
es un recipiente hecho a la medida, como el cuerpo, y de pronto las
circunstancias nos empequeñecen o engrandecen y ya no encajamos en el modelo
dispuesto para nosotros desde antes de nacer.
No
sé si en todo esto influirán las expectativas que los “otros” se crean en torno
a nuestra existencia y en parte creo que sí, incluso desde el momento en que
somos traídos al mundo cuando se decide que tenemos derecho a la concepción y a
la vida sin siquiera consultarnos, por el hecho de decidir (en sentido positivo
o negativo) alguien ajeno a uno mismo nos marca.
Esa
primera expectativa en torno a la vida es también una especie de condena que
arrastramos con los años, si es que logramos sobrevivir al aborto, a la
gestación y al parto. Nunca he sido madre y creo que ya nunca lo seré, pero me
resulta muy curioso cómo los padres generan expectativas en torno a los hijos
incluso desde antes de ser traídos al mundo, les trazan una ruta de vida y se
imaginan incluso hasta dos o tres generaciones posteriores sin siquiera tener
certeza de que ese bebé llegará a nacer.
Esta
red, este entramado, es determinante en el desarrollo de la personalidad y en
la primera infancia, cuando la red oprime (que es en la mayoría de los casos),
uno siente que no llena el ancho, que no está a la altura de las expectativas,
que uno no es suficiente para lo que se espera de uno mismo y nos hacen dudar
hasta de nuestras propias circunstancias que puedan estar a favor de nuestra
“realización” personal.
Desde
hace mucho tiempo (casi toda mi vida, por no decir toda) he tenido conflicto
con la palabra “suficiente” cuando es aplicada a la vida de las personas. Medir
con la misma vara nos llevaría a un mundo de tuertos donde ojo por ojo no
equivale a un acto de justicia y esperar que un pez vuele como una golondrina
es por demás injusto y absurdo.
No
sé a quién dar gracias por este horizonte de vida que se abrió para mí cuando
Rebeca me acogió en su hogar y me dejó ser sin limitarme. Ambas sabíamos que la
muerte era posible en cualquier momento (solo en momentos de guerra somos
conscientes de esa verdad insoslayable). Ambas mantuvimos un vínculo que no
arriesgaría nuestro futuro en caso de que alguna no sobreviviera a los crímenes
de la guerra.
Rebeca
me permitió ser y sentirme suficiente cuando sucediera lo que habría de
suceder. Si a alguien debo agradecer es a ella. A nadie más. Después de Rebeca,
da igual si soy suficiente o no para alguien más. Me tengo a mí misma y
reconozco mi finitud de la existencia.
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