18 de noviembre de 2019

305. La suficiencia


A veces uno piensa que el mundo es un recipiente hecho a la medida, como el cuerpo, y de pronto las circunstancias nos empequeñecen o engrandecen y ya no encajamos en el modelo dispuesto para nosotros desde antes de nacer.

         No sé si en todo esto influirán las expectativas que los “otros” se crean en torno a nuestra existencia y en parte creo que sí, incluso desde el momento en que somos traídos al mundo cuando se decide que tenemos derecho a la concepción y a la vida sin siquiera consultarnos, por el hecho de decidir (en sentido positivo o negativo) alguien ajeno a uno mismo nos marca.
         Esa primera expectativa en torno a la vida es también una especie de condena que arrastramos con los años, si es que logramos sobrevivir al aborto, a la gestación y al parto. Nunca he sido madre y creo que ya nunca lo seré, pero me resulta muy curioso cómo los padres generan expectativas en torno a los hijos incluso desde antes de ser traídos al mundo, les trazan una ruta de vida y se imaginan incluso hasta dos o tres generaciones posteriores sin siquiera tener certeza de que ese bebé llegará a nacer.
         Esta red, este entramado, es determinante en el desarrollo de la personalidad y en la primera infancia, cuando la red oprime (que es en la mayoría de los casos), uno siente que no llena el ancho, que no está a la altura de las expectativas, que uno no es suficiente para lo que se espera de uno mismo y nos hacen dudar hasta de nuestras propias circunstancias que puedan estar a favor de nuestra “realización” personal.
         Desde hace mucho tiempo (casi toda mi vida, por no decir toda) he tenido conflicto con la palabra “suficiente” cuando es aplicada a la vida de las personas. Medir con la misma vara nos llevaría a un mundo de tuertos donde ojo por ojo no equivale a un acto de justicia y esperar que un pez vuele como una golondrina es por demás injusto y absurdo.
         No sé a quién dar gracias por este horizonte de vida que se abrió para mí cuando Rebeca me acogió en su hogar y me dejó ser sin limitarme. Ambas sabíamos que la muerte era posible en cualquier momento (solo en momentos de guerra somos conscientes de esa verdad insoslayable). Ambas mantuvimos un vínculo que no arriesgaría nuestro futuro en caso de que alguna no sobreviviera a los crímenes de la guerra.
         Rebeca me permitió ser y sentirme suficiente cuando sucediera lo que habría de suceder. Si a alguien debo agradecer es a ella. A nadie más. Después de Rebeca, da igual si soy suficiente o no para alguien más. Me tengo a mí misma y reconozco mi finitud de la existencia.

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